lunes, 29 de junio de 2015

El pragmatismo en la política


Presentación

De unos años a la fecha se ha puesto de moda el concepto “Pragmatismo”, así escuchamos hablar de pragmatismo político, empresarial, periodístico, académico, deportivo, entre muchos otros calificativos que se emplean para definir a una persona en su conducta de vida diaria, ejercicio de su profesión u oficio, por esta razón consideramos importante indagar un poco más sobre el concepto, y conocer con mayor precisión su significado, tratando de documentar como este adjetivo ha cobrado estilo de vida en un número cada vez mayor de personas. También nos proponemos como objetivo mirar de qué manera este comportamiento afecta positiva o negativamente el entorno social y político en que vivimos.

De inicio deseo señalar que con el propósito de establecer un punto de partida para abordar el asunto en cuestión, consultamos a diversos pensadores de la filosofía, la sociología y la política, haciendo énfasis en dos de ellos por considerar que tratan con mayor profundidad el concepto, ambos han propuesto una definición amplia que nos permite entender el concepto en su más llana acepción, nos referimos a José Ferrater Mora y a Nicola Abbagnano, ambos rescatan el tema desde su origen, su significado y el uso cotidiano que se le ha venido dando en la vida pública, especialmente en la politica

 

I.- El pragmatismo como movimiento filosófico

En el estudio que José Ferrater Mora realiza del concepto “pragmatismo” precisa que es una corriente filosófica, surgida en 1878, primero en los Estados Unidos y después adoptado en Inglaterra, aclarando que las líneas principales de este movimiento fueron perfiladas por Charles S. Peirce, en un artículo denominado “Cómo hacer claras nuestras ideas”, en el que sostiene que “toda la función del pensamiento es producir hábitos de acción”.[1]

Estos postulados son, los que según Ferrater Mora, dieron origen y uso cotidiano al concepto “pragmatismo”, señalando al respecto lo siguiente: “Peirce destacó que su pragmatismo no es tanto una doctrina que exprese conceptualmente lo que el hombre concreto desea y postula sino una teoría que permite otorgar significación a las únicas proposiciones que pueden tener sentido”.[2]

Esta cita de Ferrater Mora nos permite inferir que el pragmatismo surgido en el reino de los pragmáticos: los Estados Unidos e Inglaterra, es una corriente del pensamiento que nos motiva para elaborar justificaciones lógicas y simples a todo aquello que hacemos o deseamos, sin reparar si los hechos de que nos valgamos para conseguirlo sean o no éticos, humanistas, socialmente positivos o negativos, lo que importa, según esto es conseguir el fin deseado. Una forma de pensar muy propia de las sociedades que rinden culto al beneficio individualista privado por encima del beneficio social, esto es muy importante cuando tengamos que hablar de la forma de pensar y hacer del político pragmático, que en la época presente pulula por cualquier parte del mundo.

Por su parte, Nicola Abbagnano señala que “El adjetivo fue usado por primera vez por Polibio que distinguió netamente la historia “P”, que se ocupa de hechos, de la historia que se ocupa de leyendas”… “Polibio agrega así mismo que la historia P. Es la más útil para enseñar al hombre a que debe atenerse en la vida asociada”[3]

Esta nueva cita nos permite comprender con claridad que la historia pragmática, es decir la historia que estudia los hechos socialmente colectivos, es la que tiene mayor valor, toda vez que ella nos permite extraer del pasado lecciones útiles para la conducción social en el presente y el futuro, y por el contrario, la historia que solo se ocupa de leyendas es la menos confiable, y por tanto menos útil para la persona y la sociedad, toda vez que sus leyendas nos inducen a emular acciones de manera repetitiva creando costumbres que no siempre son buenas o las mejores.

Nicola Abbagnano también habla de la esencia del pragmatismo de Charles S. Peirce citando: “La total función del pensamiento es producir hábitos de acción, esto es, creencias”.[4] La corroboración de esta cita es muy importante porque nuevamente encontramos que el pensamiento de Peirce está orientado a dar valor al aprendizaje de hábitos rutinarios y costumbres que hacen las veces de códigos de conducta del ser social, es decir, si tal o cual persona realizó tales acciones y obtuvo éxito, basta con que yo haga lo mismo para obtener el mismo éxito, cosa que no es absolutamente cierta.

Yendo más lejos en su análisis sobre el pragmatismo, Nicola Abbagnano cita a W. James y a F.C.S. Schiller, diciendo que “Uno de los motivos que James aducía para el ejercicio de la voluntad de creer es que la creencia puede producir su propia justificación y así sucede a veces en las relaciones humanas, cuando el creer que una persona es amiga, nos hace comportarnos amistosamente hacia ella y nos procura su amistad”[5]

Por nuestra experiencia social sabemos que a veces sucede de esta forma, pero no siempre, incluso puede suceder lo contrario, es decir que por falta de un estudio detenido y un juicio de valor fundamentado en hechos personales y sociales del pasado y del presente, creemos en algo, o en alguien, cometiendo un grave error que después nos genera decepciones y conflictos internos o sociales. En política es muy frecuente este hecho, pues la tan llevada y traída demagogia y la simulación han propiciado innumerables decepciones ciudadanas.

Es importante saber de ambos filósofos: Nicola Abbagnano y Ferrater Mora, que el pragmatismo se opone a las leyes absolutas y desdeña los hechos y las verdades históricas, para el pragmático lo que cuenta es el pensamiento utilitario, toda proposición es válida e importante si genera un beneficio concreto e inmediato, un resultado tangible y apropiable, si satisface en el acto un interés personal o de grupo.

Por tanto, y sin pretender desvirtuar el valor que puede tener el pragmatismo como conducta proclive a los buenos hábitos, el pragmatismo rehúye a la reflexión y a la discusión necesarias para la toma de decisiones, aduciendo que toda discusión es estéril y que la solución de un problema requiere de actos y hechos concretos e inmediatos, por tanto, el pragmatismo individualista o colectivo empirico se asocia al utilitarismo absoluto, donde únicamente lo que tiene utilidad práctica es reconocido como acto socialmente valioso y practicable por los integrantes de la sociedad, algo así como sostener que la repetición de los actos sociales es la más útil para conseguir en lo individual o lo colectivo lo que se desea. 

 

II.- El Pragmatismo Empoderado de Humildad y Rico en Soberbia

Nos ha quedado claro que el pragmatismo no es una ideología, tampoco una política pública técnicamente estructurada para dar respuesta a las demandas y problemas que enfrenta la sociedad contemporánea, el pragmatismo es una corriente de pensamiento que hoy día ha derivado en una conducta ejecutivista simple y llana, una conducta que en momentos se vuelve extrema rompiendo incluso con los parámetros del sentido común mesurado y sistémico, pues promueve el individualismo, la repetición de rutinas y el inmediatismo para que una persona, o la comunidad, logren tener o hacer lo que desea para su propio beneficio.

En nuestros días el pragmatismo como conducta buscadora de éxitos se ha encarnado en políticos hombres y mujeres, que rinden culto a las ideas prácticas e inmediatistas para conquistar la representatividad y el poder público, el pragmático es un hombre o mujer asombrosamente operativo, simplista, utilitarista y siempre directo, como dice el refrán popular mexicano “Que siempre van al grano”, al negocio o la componenda en busca de una gestión improvisada o momentánea, para el pragmático no hay consideraciones intermedias ni matices teóricos o morales.

El político pragmático difícilmente leyó, y seguramente no le interesa leer al sociólogo británico Thomas H. Marshall, por citar un autor, cuando éste define al ciudadano como “Aquel que es triplemente ciudadano: civil, político y social, donde, el elemento civil se compone de los derechos para la libertad individual: La libertad de la persona, de expresión, de asociación, de pensamiento, de religión, de derecho a la propiedad, a establecer contratos y derecho a la justicia. La ciudadanía política es el derecho a participar en el ejercicio del poder político siendo elector o presentándose para ser elegido. La ciudadanía social o económica abarca todo el espectro, desde el derecho a la seguridad hasta el derecho a un mínimo de bienestar económico, a compartir plenamente la herencia social y a vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en cada sociedad” [6]

Para el político pragmático el sistema político democrático en que vivimos, con su marco legislativo: la constitución, las leyes que se derivan de ella, los reglamentos, los derechos humanos, la equidad de género, la inclusión y la justicia social, entre otros temas de nuestra cultura política, son meros deseos de soñadores que ya están muertos o viven al margen del marco de acción política práctica. Para el pragmático consumado, muchas veces por la ignorancia, otras por la ansiedad del poder, las leyes y disposiciones legales son trabas para el ejercicio del poder público y el resultado inmediato.

El político pragmático no repara entre sistemas políticos: democracia o dictadura; capitalismo o socialismo, derecha o izquierda, para el pragmático la política es un ámbito de lucha donde todo es válido, donde su preocupación obsesiva es construir su acceso a la representatividad, al dinero y al control de las instituciones públicas, porque la representatividad le da dinero, y el dinero le da poder, y la asunción al poder público le permite sentir que ha superado sus traumas personales arribando a la superioridad, por eso cuando adquiere el poder se pasa el tiempo ordenando y dándose una vida generalmente llena de excesos en compañía de familiares y un séquito de incondicionales.

Por esta razón, el político pragmático que conquista posiciones de gobierno o representatividad popular generalmente no tiene programa de gestión, es en algunos casos muy intuitivo, operativo e improvisa, resuelve con soluciones a priori y aisladas, parciales e inconexas, casi nunca admite que algo “no se debe” o “no se puede”, esas palabras desafía su capacidad pragmática resolutiva y de autoridad.

El político pragmático no es de derecha ni de izquierda, no sabe que esa “diada” representa vertientes ideológicas con “programas contrapuestos respecto a muchos problemas cuya solución pertenece habitualmente a la acción política, contrastes no solo de ideas sino también de intereses y valoraciones sobre la dirección que se habrá de dar a la sociedad”.[7]

El político pragmático no conoce el fondo de las inequidades de la sociedad, por lo mismo no puede situar su actuación pública a la derecha o a la izquierda del pensamiento político, y sus gestiones tampoco están encaminadas a responder a ideales o necesidades estructurales históricas de desigualdad e inequidad entre los ciudadanos.

El político pragmático que no es de derecha ni de izquierda, tampoco plantea una tercera vía para dar respuesta a los planteamientos de la sociedad, no escucha ni se documenta para el ejercicio del cargo público, abreva en el folklore, en la elocuencia de los que le rodean y resuelve porque va en busca de poder y fortuna, porque siente que está en su momento. El político pragmático es por demás populista intenso, su conducta raya en el extremo de dar rienda suelta a sus creencias y vive con pasión desbordada la búsqueda del poder y el poder mismo.

Hay pragmáticos completamente ayunos de los conceptos básicos de la política, la economia, la administración pública y la calidad en el servicio público, ni siquiera pueden asumir que la política y los cargos públicos son posiciones para construir el futuro de todos, posiciones de servicio contratado por la sociedad, prefieren creer y conducirse con la convicción de que llevan puesta la investidura de la “autoridad” indiscutible, es claro que con esta forma de pensar tampoco pueden transitar del pragmatismo absolutista al ejercicio democrático del poder público.

Cuando el pragmático descubre sus habilidades e ingresa al ámbito de la profesión política, cuando es candidato, lo hace llevando su desempeño al extremo del populismo mezclando en sus peroratas el folklore y la religión, la bondad y la caridad religiosa, se excede en sencillez para generar confianza en el ciudadano, en el elector. En su búsqueda del poder el pragmático hace del cinismo una virtud, se asume humilde, sencillo, autentico, solidario, paternalista, fraterno, como  el más noble “justiciero” del eslabón social, pero cuando ha conseguido el poder esa humildad aparente le da vida a un déspota, a un autoritario que ejerce la gestión pública o representatividad popular comportándose como si estuviera administrando su propia empresa, incluso, pierde de vista la temporalidad del encargo público y actúa como si le fuera a durar toda la vida.

Como gobernante, el político pragmático se siente erudito, inequívoco, ínclito, cuando en realidad ha sucumbido ante su pequeña condición intelectual, ascendiendo a la desfachatez más cruda de la soberbia. Por lo general el político pragmático rebasa todos los límites de la prudencia porque desconoce, o se niega a aceptar con realismo la responsabilidad que significa tener en su persona la confianza y el mandato social constitucional, y por eso se comporta como si por si mismo tuviera la capacidad y la posibilidad de dar a la sociedad lo que ésta necesita para su bienestar y felicidad, se siente prócer de la sociedad. El absolutismo del político pragmático siempre tiene la tentación de hacer del pueblo que lo eligió una masa vitoreante, un pueblo de súbditos donde se siente el jefe máximo, el “patrón”, como les gusta que le llamen sus incondicionales.

El político pragmático absolutista vive cada día para tratar de ocultar su verdadero desempeño, sus excesos, su falta de honestidad, de transparencia, la obligación que tiene de rendir cuentas, de entregar resultados, cada día se preocupa por el maquillaje de su gobierno, por ponerse una máscara distinta que no muestre su altanería, desorden y mediocridad, pretende controlar a la opinión pública, sin embargo, nunca logra cambiar la realidad de su comportamiento desmesurado y extremo.

El extremismo cualquiera que sea su fin perseguido, si es que lo tiene, es ajeno a una visión histórica y prospectiva, a una planeación programática, el pragmático extremista generalmente improvisa en función de las múltiples y empíricas influencias que recibe de su entorno, y cuando la improvisación con que se conduce se colapsa, por lo regular recurre no a salidas democráticas sino a reacciones de intolerancia y autoritarismo que suelen terminar en rupturas políticas con la sociedad, y la ruptura propicia ingobernabilidad que en muchas ocasiones desencadena una injustificable y lamentable violencia, con saldos muy desagradables, no para el déspota, si no para la sociedad misma.

De aquí, que los periodos gubernamentales que presiden los políticos pragmáticos  casi siempre terminan en una lamentable experiencia de gobierno, más llena de atropellos, rezagos y estancamientos que de avances en el desarrollo socioeconómico, los pobres resultados de sus gestiones se mezclan con la deplorable imagen y el escándalo público que casi siempre envuelve a los excéntricos.

 

III.- El Pragmatismo en los partidos políticos

A partir de la década de los años ochenta del siglo pasado, la generación de políticos mexicanos herederos de la Revolución de 1910, sus formas y costumbres paradigmáticas, paulatinamente fueron llegando a su ocaso, atrás fueron quedando frases celebres como “El que se mueve no sale en la foto”, “La forma es fondo”, “Todo es válido cubriendo las formas”, entre muchas otras, máximas que caracterizaron a una generación de políticos postrevolucionarios que si bien sus patrones de actuación fueron pragmáticos eran muy sensibles a las reglas de política no escritas, por tanto, cuidaban mucho la pulcritud de las formas de conducirse en  los cargos públicos.

A esta decadencia sobrevino una nueva generación de políticos que combinaron los protocolos precisamente por leyendas que crearon nuevas costumbres: “El que no se mueve no sale en la foto”, “El que respira aspira”, “El que no transa no avanza”, y muchas más que marcaron el arribo de nuevos actores políticos para quienes el apego a los principios ideológicos, la disciplina, la lealtad y la gratitud se fueron quebrantando y la lucha por el poder y la alternancia en éste, adquirieron tintes de lucha entre contrarios e incluso luchas de correligionarios al interior de sus propios partidos políticos.

Héctor Aguilar Camín sostiene que: “a partir de los años sesenta, en una progresión rápida y contundente, los núcleos dominantes de la clase política han dejado de venir de la militancia política tradicional y de las escuelas políticas, y han empezado a incluir en sus trayectorias exitosas a gente con postgrados en el extranjero y escuelas privadas en su infancia”.[8] Así, se vino consolidando el arribo a la clase política de un pragmatismo ejecutivista  que avanzó de la mano de políticos tecnócratas y populistas formados en universidades mexicanas y del extranjero, de izquierda, centro y derecha.

Para mediados de la misma década de los ochenta, esta nueva generación de políticos estaba en pleno ejercicio de sus luchas políticas, ascendiendo a posiciones de gobierno, de elección popular y de dirigencia partidista, siendo protagonistas fundamentales de las nuevas formas de hacer política en el país, con ellos al frente,  los partidos políticos dejaron a un lado los criterios de arraigo popular y reconocimiento a la trayectoria, como métodos para la designación de candidatos a cargos de elección popular, asumiendo como criterios fundamentales el influyentismo y la popularidad, el llamado  posicionamiento en el “gusto popular”  como método para designar candidatos a: gobernadores, senadores, diputados federales, diputados locales, presidentes municipales, síndicos y regidores.

Cuando las dirigencias empezaron a encubrir el influyentismo bajo el criterio de “el más popular o mejor posicionado” en el gusto de los electores, aunque sea el más banal de los sujetos, se abrió la puerta de los partidos a toda clase de pretensiones ávidas de poder, negocios, dinero, tráfico de influencias y protección de intereses diversos lícitos o ilícitos para la sociedad.

Con ello, la sociedad empezó a escuchar y convivir con una nueva clase de políticos dispuestos a cuanto sea necesario para conseguir los votos y los cargos para ejercer poder público, políticos chistosos, bailarines, dicharacheros, folklóricos, y en muchos casos adinerados, que dejando atrás la propuesta del discurso político vinieron convirtiendo las campañas políticas en fastuosos carnavales populares con: bailes públicos, tardeadas, comilonas, mítines con grupos musicales, con rifas de artículos utilitarios, entre muchas otras expresiones de populismo y degradación de la esencia de la política y los procesos democráticos de elección de representantes populares.

Con esto también inicio el dispendio de dinero de procedencia oculta, que ha generado una verdadera decadencia de la política electoral: la compra de liderazgos populares, la construcción de estructuras de promoción a sueldo, la compra de votos antes y el día de la elección, el acarreo de votantes, entre muchas formas de manipulación del electorado que distorsionan el  ejercicio del derecho a votar y ser votado, y que han convertido a la política electoral en concursos de mañas y marrullerías, dando al traste con la escasa cultura política electoral democrática que durante décadas la sociedad mexicana ha venido construyendo.

Hoy día, no obstante que por un lado la legislación electoral producto de la exigencia legítima de una parte de la sociedad, con dificultades, pero virtuosamente ha venido evolucionando para combatir las prácticas que arruinan los procesos electorales, por el otro lado los partidos políticos se han convertido en semilleros de políticos pragmáticos, de oportunistas que han convertido los procesos electorales en mercaderías de alianzas políticas, tianguis de candidaturas y componendas donde se regatean los votos, que incluso no siempre terminan siendo del mejor postor, porque la destrucción de la civilidad electoral no ha convenido ni convendrá a nadie.

El pragmatismo que ha permeado hasta el dominio de los partidos políticos, ha desvirtuado la necesaria lucha de ideas para construir un proyecto socioeconómico. Los pragmáticos están concentrados y mezclados enajenadamente en obtener legítima o dudosamente legítima la representatividad política para arribar al presupuesto público, y cuando lo han conseguido, derrochan recursos en obras y eventos innecesarios justificados mediáticamente como obras de gran progreso social, donde por una parte brilla la modernidad en ostentosas obras urbanas: viabilidades, medios de transporte, imagen urbana, y por otra parte, la inmensa y creciente pobreza que puede verse en regiones y colonias de grandes, medianas, pequeñas ciudades y comunidades rurales  que viven el día a día sin esperanza de acceder algún día a mejores condiciones de vida. De esta situación, frecuentemente dan cuenta numerosas evaluaciones y reportajes emitidos por organismos ciudadanos y medios de comunicación.

Héctor Aguilar Camín habla de que en México estamos viviendo una “alianzocracia”, refiriéndose a las alianzas pragmáticas entre “partidos grandes y partidos chiquitos”, donde sin importar principios ideológicos o programáticos,  los partidos grandes compran la alianza de un partido chiquito o “partido bisagra”, calculando que en elecciones competidas, con el escaso respaldo de uno o más partidos chiquitos logrará inclinar la balanza electoral en su beneficio. De estos hay múltiples ejemplos en la realidad  política nacional. 

Los partidos políticos dirigidos por estos hombres y mujeres en extremo pragmáticos nacieron sin ideología y se han desdibujado como opciones de gobierno o representatividad, nacieron como negocios por que nuestra legislación es propicia para ello, y además de lucrar con las prerrogativas que otorgan los organismos electorales, se han convertido en trampolines de políticos “chapulines”, convirtiendo la política electoral en un espacio de turbias maniobras de intereses, como la venta de alianzas, venta de candidaturas, de posicionamientos parlamentarios, y un abanico de irregularidades y prácticas que en nada están favoreciendo el desarrollo de la cultura democrática del país.

El 2014 fue un año crítico para la política mexicana, estuvo lleno de deplorables ejemplos que ilustran la decadencia generada por múltiples frivolidades pragmáticas como: “Los dipu-tables”, de Puerto Vallarta; “El diputado bailarín”, de Querétaro, “los moches” en la Cámara de Diputados Federales; “el caso de San Blas, Nayarit”, donde aquel cínico presidente municipal confesó públicamente haber robado “pero poquito” en su primer periodo de gobierno y que en el 2014 festejó su cumpleaños con una fiesta popular de 33 millones de pesos: bandas musicales, cerveza, comida para el pueblo y sus invitados. Los acontecimientos de corrupción y autoritarismo en la gubernatura de Guerrero, y los desafortunados acontecimientos del 26 y 27 de septiembre, en Ayotzinapan e Iguala, Guerrero, propiciados por un matrimonio de políticos pragmáticos desquiciados.

Para la elección del 2015 todos los partidos políticos dijeron que serían “muy” cuidadosos en el estudio de los perfiles de sus aspirantes a diputados federales, que postularían a los mejores hombres y mujeres, un buen propósito, porque el pragmatismo partidario no cesó, pues en la búsqueda de triunfos tácticos para alcanzar un máximo de curules, o para conservar y lograr la ratificación de registros partidarios, los partidos grandes y chiquitos volvieron a las peores prácticas postulando artistas, futbolistas y hasta un payaso como candidato independiente (“Lagrimita”) obtuvo su registro. Es verdad que el ser humano es un “animal político”, que todos tenemos y podemos ejercer a plenitud nuestros derechos políticos y ciudadanos, que tenemos el deber de participar en política para expresar nuestro sentir e impulsar las soluciones a nuestros problemas sociales, pero el ejercicio de la política, como de la economía, de la medicina, de la administración pública, de alguna ingeniería, etcétera, requieren de una preparación mínima seria, de contar con los conocimientos necesarios para solicitar al electorado, al pueblo, una representatividad auténtica, legítima, con compromisos de trabajo claros, porque en la política se decide y construye el presente y el futuro de todos, en ella está, y de ella depende la calidad de sociedad y de vida que deseamos tener todos.

La política mexicana como la de muchos otros países latinoamericanos y europeos está siendo dominada por grupos en pugna por el poder, hordas amafiadas que se agrupan, coluden o alían en estrategias mercadológicas populistas, para envolver al electorado y hacer de los distintos cargos públicos un lucrativo negocio.

En un sistema de partidos políticos tan quebrantado como lo está ahora el mexicano, la derecha e izquierda han perdido todo sentido de diferenciación en lo ideológico y lo programático, y ahora actúan juntas, mezcladas en un marco de negociaciones por el control, reparto y apropiación de los beneficios derivados de los cargos públicos. Solamente una sociedad cada vez más consciente, interesada y protagónica podrá acabar con esta crisis de la política pragmática en México y el mundo.



[1] FERRATER, Mora José. Diccionario de Filosofía Abreviado, Ed. Hermes, Pág. 340.
[2] OP CIT. Pág. 340
[3] Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, Ed, FCE, Pág. 940
[4] OP. CIT, Pág. 941
[5] OP: CIT. Pág. 942
[6] Thomas H. Marshall. Ciudadanía y clase social, Alianza Editores
[7] Bobbio, Norberto. Derecha e Izquierda. Ed. Taurus, Pág. 36
[8] Aguilar Camín, Héctor, La modernidad fugitiva, Ed. Planeta, Pág. 158, México