sábado, 9 de mayo de 2015

Los productores agroalimentarios y el nuevo mercado

Si en México la gran mayoría de los productores agropecuarios continúa trabajando en las mismas condiciones de desorganización, con precarias practicas productivas, sin capacitación y con los mismos sistemas de comercialización, continuarán empobreciendo sus tierras, produciendo a costos no rentables, sin la cantidad y calidad que los mercados en fresco o la transformación requieren y, por tanto, no podrán obtener de su trabajo lo que necesitan para una vida familiar cómoda y con mejores expectativas de futuro.
Es necesario que todos los actores sociales podamos comprender que la economía nacional e internacional se rigen por los principios de: costo de producción, cantidad producida, calidad y presentación del producto para su consumo final, en mi opinión, con al menos estos cuatro factores se puede acceder a las tan llevadas y traídas productividad y competitividad que necesita el sector agroalimentario nacional.
Por eso, es muy importante que las autoridades y los productores de las distintas regiones del país piensen en la importancia de los mercados locales, pero también deben estar conscientes que éstos se rigen casi en su totalidad por un sistema de costos y precios internacionales, por tanto, es muy importante que conozcan la realidad en que están produciendo, pero sobre todo, deben conocer la brecha que hay entre su realidad productiva y las pautas marcadas por los procesos de producción y calidad que establece el sector internacional de los alimentos.
Para hacer frente a esta diferencia que para muchos es abismal, es importante que nuestros pequeños productores minifundistas y pequeño propietarios, se organicen en comunidades o unidades productivas especializadas, para aprovechar las oportunidades de un mercado que se ha diversificado de forma muy importante, hoy el sistema de comercialización agroalimentario necesita productos inimaginables en el pasado: pimientos, zanahorias, tomates, pepinos, todos presentados en distintos colores, tamaños e incluso sabores. Maíz y tortillas de colores: verdes, violetas, amarillas, entre otras variedades.
Hay un gran auge en la producción de las llamadas frutillas como: berries, fresas, frambuesa, cereza, arándano y zarzamora, entre otras, que componen el importante segmento de los también llamados frutos rojos, fuertemente demandados por comercializadores urbanos y prestadores de servicios turísticos, así como por la industria de alimentos y bebidas preparadas.
También es importante que nuestros productores conozcan los productos que se han venido rescatando a petición del propio mercado, muchos de ellos prácticamente ya habían desaparecido del sector productivo, y que hoy son buscados afanosamente por los gastronómicos e industriales, es el caso de las hierbas aromáticas, las hierbas medicinales, el zapote en distintos colores, pera en distintas variedades, durazno, tejocote, nanche, entre otros, o bien, langostino de río, ajolote, carpa, tilapia, bagre, entre los peces de agua dulce que pueden producirse en las distintas regiones del país.
Lo cierto es que los productores agropecuarios tienen hoy una amplísima gama de oportunidades productivas y de mercado, razón suficiente para que puedan agruparse, sumar sus parcelas, sus herramientas, buscar asesoría técnica y especializarse, en función de la vocación productiva de sus tierras, aguas e implementos de trabajo de que dispone.
Pero toda esta diversificación del mercado obedece a que la alimentación ha cambiado en los últimos treinta años, hoy la cocina es un arte, abundan las escuelas de gastronomía, hay una amplia variedad de programas de televisión mostrando la creatividad y forma de preparar alimentos, revistas especializadas, documentales, difusión social sobre la importancia de una alimentación sana. Factores importantes que han revitalizado la cultura gastronómica y la demanda doméstica y comercial de productos para el buen comer.
Todo esto es extraordinariamente positivo y debe ser alentador para las comunidades de productores agrícolas y pecuarios, muchos de ellos ya se dieron cuenta y están obteniendo beneficios de esta ampliación y diversificación extraordinaria de los mercados, lamentablemente son muy pocos, únicamente aquellos que están organizados, informados, que han buscado asesoría técnica, que se han constituido como una empresa y que han encontrado algún nicho de mercado nacional o externo. Es cierto, son muy pocos si consideramos que en el campo y del campo vive casi la tercera parte de la población nacional.
Por eso, creemos en la necesidad de impulsar un cambio cultural y tecnológico en el sector agroalimentario mexicano, para que la mayoría de los productores dejen de hacer las cosas como antes y trabajen en función de los nuevos esquemas de productividad,  competitividad y demanda del mercado, es decir, de las nuevas necesidades de la sociedad nacional e internacional, con sus modas, excentricidades gastronómicas, frivolidades dietéticas y la necesidad de una alimentación sana, lo importante está en aprovechar ese vasto abanico de oportunidades productivas, dar opciones alimenticias de calidad a todos los presupuestos de la sociedad, para mejorar también los ingresos y el nivel de vida de los productores agropecuarios.
Pero, el gobierno y la sociedad tenemos que impulsar ese cambio cultural y organizacional de los productores agroalimentarios, impulsando en el minifundio y pequeña propiedad la organización de unidades productivas pequeñas, medianas o grandes, tecnificadas y especializadas en un producto; estas unidades productivas especializadas podrán ser a cielo abierto o bajo cubiertas plásticas agrícolas o ganaderas, lo importante es que cuenten con un paquete tecnológico apropiado que garantice una productividad competitiva.
Es vital para el futuro de México alentar la organización de los pequeños productores minifundistas o pequeños propietarios, en figuras asociativas que podrán llamarse comunidades o asociaciones productivas, que den cuerpo a unidades empresariales con personalidad jurídica y presencia económica, que trabajen mediante contratos que aseguren la venta de su producción en fresco o vinculadas a la industria de la transformación, que vendan al mejor precio y con garantías de pago. Solamente así muchos de ellos lograrán salir de la pobreza causada por el monocultivo y el  dominio del anacrónico sistema de comercialización en que por décadas han vivido, el inoperante intermediarismo convertido en devastador coyotaje que se apropia de prácticamente toda la utilidad que genera el productor.
Si logramos la conformación de comunidades o unidades productivas especializadas minifundistas o de pequeña propiedad rentables, además de impulsar una economía socialmente incluyente estaremos alentando la creación de empresarios y empresas agroalimentarias para quienes no teniendo tierras demandan fuentes de empleo e ingreso en el campo mexicano.
El gobierno y la sociedad son los sujetos obligados para impulsar este cambio cultural, organizacional y tecnológico, pero dejando atrás los programas paternalistas que subsidian la pobreza y promueven la dispersión indiscriminada de recursos, para pasar a la identificación y focalización de la inversión dirigida al crecimiento de unidades productivas, integradas sobre una base jurídica, económica y administrativa empresarial con reproducción ampliada de capital.
El gobierno también debe cambiar hacia su interior, eficientar su aparato  administrativo, desburocratizarlo, identificar las vocaciones productivas regionales, identificar las posibilidades de integración de unidades productivas colectivas, impulsar su mejoramiento tecnológico, vincular la producción agropecuaria con los procesos de transformación, ser más sencillo y eficaz en la asignación de incentivos, garantizar que el uso de recursos sea efectivo e impacte en la productividad competitiva, para que el resultado del proceso también impacte en el mejoramiento de las condiciones de vida de productores y consumidores.
El gobierno debe modernizar y transparentar sus acciones manejando: padrones de productores, expedientes electrónicos, catálogos de programas en línea, trámites, dictámenes, autorizaciones y resoluciones electrónicas, dispersión bancarizada de incentivos económicos a la actividad productiva, incentivar con diferentes mecanismos la industria de transformación agroalimentaria. Estos, entre otros elementos que agilicen el desempeño promotor del gobierno, para alentar la restauración del tejido productivo nacional.
El gobierno tiene otra tarea irrenunciable, conocer con exactitud la demanda de alimentos que año con año requerimos los mexicanos, saber de cuánto es nuestro déficit por producto, y en función de ello propiciar la conformación de las unidades productivas especializadas regionales, esto nos permitirá avanzar en la consolidación de la nueva organización económica del campo, y en la sustitución de importaciones para avanzar en la soberanía alimentaria. Si el gobierno conoce bien nuestras necesidades alimentarias, entonces podrá planear líneas de inversión pública específicas por producto y por región, para reducir o abatir el déficit de alimentos que tiene el país.

Es importante reiterar que las unidades productivas agroalimentarias empresariales especializadas deberán estar vinculadas y tuteladas por centros de educación superior, de investigación científica y desarrollo tecnológico, para que productores, académicos y científicos vayan resolviendo los problemas que se presenten durante el curso del ciclo productivo, a efecto de lograr la productividad y calidad competitiva deseada por el mercado.




Por otra parte, todos debemos entender que el problema de la depresión crónica del sector agroalimentario nacional, no es únicamente de los productores pobres del campo, es de todos los mexicanos, modernizar el sector productivo de materias primas y alimentos es nuestra garantía de viabilidad nacional. Recuperemos el símbolo que veíamos en los productos de anaquel la segunda mitad del siglo pasado: