lunes, 27 de julio de 2015

A propósito del libro de Jaime Serra Puche sobre el TLC

En ocasión del vigésimo aniversario del Tratado de Libre Comercio firmado entre México, Estados Unidos y Canadá (1994), el economista Jaime Serra Puche, quien en el momento de la firma del Acuerdo se desempeñaba como Secretario de Comercio y Fomento Industrial del Gobierno Mexicano de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), publica un excelente ensayo de 61 páginas, en el que mediante instrumentos estadísticos, econométricos y actuariales, ofrece importantes evidencias de que “el TLC se convirtió en el cambio estructural más grande”[1] que en su opinión haya ocurrido en México, y que corrigió problemas de la economía mexicana como: los bajos niveles de exportaciones no petroleras, desempleo y bajos niveles de inversión extranjera directa (IED).

Tres problemas que a decir del autor se “corrigieron” y reencauzaron al país por la vía del crecimiento, además sostiene que “sin el TLC las exportaciones mexicanas hubieran sido 50% menos, y la inversión extranjera directa hacia México hubiera sido 40% menos”[2], de lo que tenemos hoy, desde luego.

Esta es una verdad cuantitativa muy difícil de refutar si empleamos los mismos instrumentos que maneja el autor, por tanto, habrá que decir que su verdad es correcta pero relativa, pues como él mismo reitera “las exportaciones de 2013 son equivalentes a cuatro veces el valor desde 1993”[3], y “los niveles de inversión extranjera directa por su parte han alcanzado magnitudes 10 veces mayores que las previas a la introducción del TLC”[4]. Hasta aquí podemos decir que el TLC ha sido positivo considerando la lógica del sistema económico neoliberal en el que vivimos sin opción.



Sin embargo, es indudable que los mexicanos tenemos que hacernos algunas preguntas obligadas: ¿El incremento de las exportaciones mexicanas es producto del capital nacional? ¿En qué medida la inversión extranjera directa ha propiciado el crecimiento del capital nacional? ¿El crecimiento económico aludido se ha traducido en desarrollo social nacional? ¿En cuánto han mejorado los indicadores reales de empleo e ingreso en el país?

Estas preguntas son la contraparte de las afirmaciones que sostiene Jaime Sierra Puche en su ensayo, preguntas para las cuales el autor no ofrece ningún dato que nos permita desprender o inferir la respuesta, por eso consideramos que su verdad es relativa, y podemos estar de acuerdo en que debemos evaluar nuestras circunstancias económicas nacionales de manera positiva y hasta optimista, pero también es necesario advertir que no es bueno quedarnos tan cortos de análisis, o realizar evaluaciones económicas someras al margen de indicadores de orden social, pues también hay datos contundentes que nos indican que tenemos problemas económicos que no se han resuelto ni se van a resolver con el TLC.

En julio del 2015 el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), dio a conocer los resultados de su estudio 2010 – 2014, en el que puede constatarse que el porcentaje de personas en condición de pobreza no cedió en el país y se ubicó en un 46.2%[5]

En este sentido, hay que decir que el TLC es un instrumento diseñado para resolver problemas de productividad, competitividad y crecimiento para los capitales multinacionales de los Estados Unidos y Canadá, no para resolver problemas de ingreso y pobreza de la gran mayoría de la población de los países, por la misma razón hay que reconocer con plena conciencia, que el TLC es un marco de garantías primero fiscales y luego arancelarias, que amplió las condiciones para que el capital externo que ya producía en México, y que se encontraba un tanto acotado por la política proteccionista fiscal y arancelaria del gobierno mexicano, tuviera mejores garantías de productividad, competitividad y alcanzar mayor presencia en el mercado mundial. Por eso de manera acertada, Jaime Serra Puche dice que el TLC incrementó las exportaciones mexicanas.

El propio Jaime Serra nos documenta señalando que “El capítulo II del TLC establece las protecciones básicas que los tres países firmantes deben garantizar a las inversiones e inversionistas de los otros países”[6]. Ante esto cabría preguntarnos, ¿Qué capitales tenían interés en la firma del TLC? La respuesta es inminente, los capitales norteamericanos y canadienses, México tiene e incluso exporta mano de obra, más no capital industrial de alcance multinacional.

Por otra parte, también es necesario decir que el TLC como marco regulatorio  de garantías fiscales y arancelarias anti proteccionistas, fue un gran incentivo para que los capitales externos que no encontraban áreas de oportunidades en sus países de origen, vinieran a México en busca de esas oportunidades de productividad que les permitiesen ser más rentables, competitivos y colocarse en situación de crecimiento y futuro promisorio.

Jaime Serra sintetiza claramente los dos párrafos anteriores en el texto del subtitulo que se refiere a la “dotación de factores”, de la siguiente manera: “la dotación de factores de la producción en la región está caracterizada por una clara complementariedad: los Estados Unidos y Canadá son abundantes en capital y México es abundante en trabajo”[7]. Ahí está el meollo del asunto, entonces el capítulo II del TLC, es un traje a la medida para los capitales de los países dueños del dinero, más no para los que son abundantes en mano de obra, pero bueno, esa es nuestra realidad nacional y el papel que podemos y debemos jugar dada nuestra cercanía con los Estados Unidos de Norte América, el centro hegemónico del sistema económico que domina en el mundo, es decir, estamos muy cerca del “ojo del huracán” como para poder movernos a nuestro gusto, entonces, el tema a discutir por los mexicanos es ¿Qué debemos hacer para defendernos de los efectos negativos y cómo beneficiarnos de esta cercanía al centro hegemónico del sistema económico mundial?

Dice Jaime Serra que “cuando aumenta la inversión en manufacturas aumentan las exportaciones manufactureras con un rezago de 18 meses”[8]. Claro, eso certifica que con la firma del TLC quien respondió no fue la inversión nacional, fue la Inversión Extranjera Directa, que justamente tarda 18 meses en promedio entre que gestionan su ingreso, se radican en el país anfitrión e inicia operaciones fabriles y comerciales, seguramente a esto se debe que las “exportaciones mexicanas” producidas con Inversión Externa Directa se hayan incrementado en estos veinte años que llevamos del TLC.

Por eso sostengo que el TLC sin duda ha sido positivo para todos, pero en proporciones muy desiguales. Por eso también creo que es válido decir que nuestro país está viviendo una especie de colonización de la Inversión Extranjera Directa al amparo del Tratado de Libre Comercio. Qué feo se escucha, pero así es: una colonización que ciertamente está creando dinamismo, crecimiento económico regional proporcionalmente incluyente y competitivo frente a otras regiones de la economía mundial.

Sin duda, el proceso de integración económica regional ha mejorado con la entrada en vigor del TLC, tampoco hay duda de que los beneficios tienen que ser proporcionales al potencial económico de los países firmantes, México está siendo fuertemente movido por la fuerza gravitacional de los flujos de inversión y comercio del centro hegemónico del sistema económico mundial, con los efectos positivos y negativos que esta situación nos debe traer, no obstante, hay que decir que más vale ser parte actora de lo que parece pronto será la región más competitiva del mundo, y ser “el tercer país más competitivo del mundo después de China e India”[9], que estar al margen o muy lejos de esta próspera y contrastante región, una resignación que hago honradamente “bajo protesta”, porque me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero como dijera nuestro Carlos Fuentes “aquí nos tocó vivir”.

Lo que sí preocupa, es ver cómo los distintos gobiernos mexicanos, nacionales y de las entidades federativas, e incluso las cúpulas de las organizaciones empresariales del país, le profesan una “creencia fundamentalista” a la “colonización” de la inversión extranjera directa, como si ese fuera el único camino que tenemos para lograr la viabilidad de nuestro país, y digo esto, porque en lugar de apostarle a nuestras fortalezas, capacidades productivas y competitivas, aprovechando la desregulación y apertura de mercados para diseñar programas de fortalecimiento del sector productivo nacional, nos conformamos con invertir importantes sumas de recursos públicos para generar infraestructura e incentivos obsequiosos para la inversión externa.

En este sentido, podemos decir que la economía mexicana está siendo movida por la inversión metal mecánica, en particular la rama automotriz, que ha llegado copiosamente a las entidades federativas del centro del país, sin que los mexicanos hagamos un gran esfuerzo para participar con inversiones complementarias en electrónica, hule, ópticas, nanotecnología y tecnologías de la información, entre otras, estamos ocupando el cómodo asiento de los espectadores en lugar de estar buscando oportunidades para el emprendedurismo industrial nacional.

También tenemos que despertar y orientar nuestros capitales y esfuerzos organizacionales en el sector agroalimentario, mediante su tecnificación, diversificación e industrialización. Tenemos un gran potencial para abastecer ese 49% de la demanda nacional de alimentos que ahora se satisface con importaciones, y de abrir opciones productivas y comerciales en el mercado externo donde hay importantes áreas de oportunidad, y las más cercanas están justamente en los Estados Unidos y Canadá.

Entonces, mi “resignación bajo protesta” está acompañada de un “sí se puede”, siempre y cuando revaloremos nuestra actitud productiva, de que sintonicemos nuestra visión social del mundo con el mundo en que estamos viviendo, que sincronicemos nuestras voluntades y esfuerzos, que trabajemos colectivamente por ser un país que luche por ocupar un lugar significativo dentro de la escala de los países en vías de desarrollo, con posibilidades reales de ser un país que puede alcanzar un mejor nivel de vida para su población.

Nuestras condiciones en el contexto económico mundial son irreversibles, la poderosa inercia del sistema económico dominante nos lleva en su torrente vertiginoso, y lo que debemos hacer es acomodarnos sobre la marcha de tal forma que podamos obtener el máximo provecho de un sistema que innegablemente genera crecimiento, pero que es necesario traducir ese crecimiento económico en desarrollo y bienestar social general, resistirse, rebelarse o regatear nuestro tránsito por el tobogán del sistema económico mundial es perder el tiempo, y el tiempo es hoy día el recurso más caro e importante, quienes sostienen que es posible escapar de esta inexorable evolución, y que el “NO” de Grecia fue un acto de “patriotismo y dignidad”, también les podemos decir que miren en qué terminó, que miren hacia Cuba, pues “el socialismo liberal (o liberalismo–socialismo) hasta ahora ha quedado como un ideal doctrinario abstracto, tan seductor en teoría como difícilmente traducible en instituciones.”[10]

Quienes se resisten a coexistir con este sistema económico mundial se atrincheran en el populismo nacionalista que descalifica despectivamente el esfuerzo económico, sin embargo, el populismo es una conducta política empírica contestataria, impregnada de idealismo y animada por un pragmatismo delirante, el populismo no es una vía alternativa para generar crecimiento económico y desarrollo social, tampoco es un modelo económico distinto al que estamos viviendo, por lo menos, yo no recuerdo que algún día lo hayan presentado públicamente para conocerlo y valorarlo.

Entonces, tenemos que concluir que:

Primero.- El TLC nunca se ofreció como una panacea para el desarrollo nacional mexicano.

Segundo: El TLC es un instrumento para resolver problemas de productividad y competitividad de capitales multinacionales.

Tercero.- Los mexicanos: gobierno y sociedad, tenemos que sincronizar nuestra visión de futuro, sintonizar esfuerzos y encontrar en el TLC áreas de oportunidad para el desarrollo social.

Cuarto.- Nuestras oportunidades están en la industria metal mecánica (automotriz), energética y agroalimentaria, entre muchas otras.

Quinto.- Buscar nuestro crecimiento económico y desarrollo social cambiando los factores de productividad mediante el desarrollo del capital humano.

Sexto.- Impulsar el desarrollo de las vocaciones productivas regionales industriales y agroalimentarias.

Séptimo.- México necesita mejorar con urgencia los factores culturales para regular el crecimiento demográfico, menos población, menos mercado, pero mayor calidad de vida para todos.


[1] Serra Puche, Jaime. El TLC y El Desarrollo de la Región, Ed. FCE, Pág. 18
[2] Op. Cit. Pág. 20
[3] Op. Cit. Pág. 21
[4] Op. Cit. Pág. 22
[5] CONEVAL.- 23 de julio de 2015, México
[6] Serra Puche, Jaime. El TLC y El Desarrollo de la Región, Ed. FCE, Pág. 26
[7] Op. Cit. Pág. 46
[8] Op. Cit. Pág. 27
[9] OP. Cit. Pág. 41
[10] Norberto, Bobbio. Liberalismo y Democracia, Ed. FCE, Pág. 96

miércoles, 8 de julio de 2015

EL ASESOR POLÍTICO

Dice un conocido diccionario de términos parlamentarios que el concepto “asesor” proviene del latín: “assessor”, “oris”, “assidere”, que significa asistir, ayudar a otro.[1] Parafraseando el documento citado podemos decir, que asesor es “un técnico o profesional especializado en asuntos <<parlamentarios>> y sus ramas afines, cuya función es estudiar, analizar, opinar y aconsejar sobre los casos que le son encomendados hasta que éstos se encuentran en estado de <<trámite o resolución legislativa>>[2]

En el párrafo anterior el encorchetado es propio para hacer notar la relatividad del concepto en la obra citada, toda vez que la definición que emplea se refiere específicamente a los asesores parlamentarios, cuya función en el ámbito legislativo mexicano está regulada por la Ley Orgánica del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, sin embargo, también hay que decir que existen asesores en los demás poderes y en los distintos órdenes de gobierno, todos regulados por sus respectivas Leyes Orgánicas o Reglamentos Internos, además, existe una infinidad de asesores y consultores en el ámbito privado y social, cuya función se rige por contratos sancionados por los Códigos Civil, de Comercio y Penal.

Acotado el concepto, nos permitiremos hacer algunas reflexiones referentes a las funciones administrativas y políticas que en general tienen los asesores del Poder Ejecutivo, en cualquiera de los órdenes de gobierno, para este poder un asesor debe ser de principio a fin un consejero, un orientador y un especialista que promueva la reflexión previa a la toma de decisiones, la misión del asesor es cuidar el poder mismo como figura constitucional y el ejercicio exitoso de este poder, por tanto, en el ámbito laboral y en el ejercicio de sus funciones, el asesor no debe tomar partido por una u otra corriente de opinión al interior del poder al que sirve, tampoco ser una persona que sonría y asienta a todos, ni debe inclinarse por las preferencias de gustos, filias o fobias políticas y administrativas. El asesor es un intelectual político y operativo que cuida los procedimientos legales y legítimos del ejercicio del poder, así como las formas y calidad de la gestión de quien ejerce el poder ejecutivo, por tanto, el asesor no es un político pragmático con afanes de popularidad.

Por eso, es importante mencionar que la persona o personas que buscan incorporarse a una actividad de asesoría, no son aquellas que andan buscando relaciones o influencias para acumular popularidad o dinero; son aquellas que desde su formación intelectual buscan apoyar e influir en la conducción de un proyecto político y económico gubernamental en busca de una mejor sociedad.

Además de su formación intelectual ideológica, técnica y política, el asesor debe conocer el valor de la amistad, la lealtad y la institucionalidad constitucional, a partir de ahí se vincula a los proyectos que le permiten aportar opiniones, decisiones e innovaciones con el propósito de impulsar el desarrollo integral de la sociedad, y en el desempeño de esta actividad y los resultados que de ella se van derivando, el asesor va mostrando sus valores, convicciones y la congruencia entre sus ideas y sus actos.

El asesor es una persona que debe aprender del pasado, leer correcta y oportunamente las tendencias del presente, mirar hacia el futuro y diseñar prospectivamente directrices pertinentes y viables, previniendo los obstáculos naturales y los intencionales de quienes se oponen al proyecto puesto en marcha por la sociedad.

El asesor no es adivino ni mago, es un trabajador profesional que con sus herramientas teórico prácticas intuye, escucha, investiga, reflexiona, concluye, opera e influye sigilosamente, para remover obstáculos y mantener o reencauzar el rumbo del proyecto social, sin distorsionar, interrumpir o desestabilizar el proyecto que tiene por misión ayudar a conducir a buen puerto.

El asesor no es influyente por cuanto habla, si no por lo que construye, por la delicadeza y calidad de los asuntos que atiende a encargo de quien preside el poder. El asesor no acepta ni practica el servilismo, su honradez intelectual se lo impide, tampoco ejerce su capacidad de influencia con ligereza o soberbia, porque priva en él el sentido de responsabilidad política, económica y social. El asesor conoce la prudencia y la moderación, y por más importante e influyente que parezca, no puede ni debe sobreponerse a la razones de estado o de gobierno, a las instituciones, no puede usurpar funciones o jugar con la dignidad de las personas.

El asesor nunca dice “sí señor; sí señor” o “no señor; no señor”; a diferencia de otros funcionarios, el asesor arriesga su posición y dice lo que ve, lo que escucha, lo que piensa, lo que siente y sus conclusiones, si es necesario discutir con quien detenta el poder lo hace, lo contradice, lo llama a la reflexión, y si tiene que obedecer replegado por el “principio de autoridad constitucional”, siempre deja constancia de su desacuerdo sin romper su compromiso institucional con el proyecto y con quien preside el poder, porque siempre habrá la oportunidad de enmendar y será el primero en ser llamado para ello.
El navío del poder ejecutivo nunca debe naufragar por miopía política, si encalla es porque el timón estaba en manos de la vanidad, la ignorancia y su eterna compañera la soberbia, que es causa de las mayores desfortunas de un proyecto político, económico o social en sus muy variadas escalas.

El asesor es una extensión del poder real, de la voz que ordena, de la templanza que negocia y convence, de la mano que firma quien legalmente detenta el poder, por eso se dice que el asesor es el poder tras el trono, una mano discreta en el tratamiento de asuntos que requieren decisiones e instrumentación discreta, complicada, pero legal.

Tomar valientemente una decisión e instrumentarla oportuna y adecuadamente, puede despertar resistencias, inconformidades e incluso lucha de intereses, que con diálogo político pueden irse atenuando y resolviendo en beneficio de la sociedad. Una buena decisión tomada a tiempo genera efectos positivos para la seguridad, estabilidad y bienestar de la sociedad. Una decisión tomada de manera tardía e instrumentada a medias, y sin política de por medio, sin diálogo, puede resolver a medias un problema, pero el no tomar e instrumentar una decisión por temor a las resistencias, a corto o mediano plazo genera un estado de emergencia y daño estructural para el patrimonio social.

El asesor es un hombre discreto, ensimismado, que habita en la atmosfera de la abstracción del poder político, acuerda los asuntos de interés público a puerta cerrada, aquellos que tienen que ver con la seguridad, la estabilidad y el bienestar de la sociedad, por eso solamente habla con quien tiene que tratar un asunto del universo de temas que lleva en su agenda.

Se dice que el asesor es el estelar de las sombras palaciegas, quizá, porque es el primero en llegar por la mañana y el último en salir por la madrugada, el asesor es fantasmal, camina solo, se mueve libre, no forma parte de las comitivas, no asiste a giras políticas, no aparece ante el gran público, no emite anuncios espectaculares ante los medios de comunicación. Tiene mirada periférica, la mente y la atención no casi en todo, “está en todo” lo que la vista, el oído y la mente de su jefe, por razones del ejercicio del poder, el desgaste y la adulación, no puede observar ni atender.

El asesor no necesita invitación para aparecer en cualquier momento en una reunión que le compete, tampoco advierte a nadie de su salida, por eso a menudo es calificado o descalificado como “el lado obscuro del poder”, porque siempre está eclipsado por el brillo radiante de quien fue electo constitucionalmente para el ejercicio del Poder Ejecutivo.

El asesor no es todólogo, es un profesional sensible que cree en la formación profesional, en la capacidad creativa, en el intelecto y la bondad de las personas, cuando se trata de integrar un equipo de trabajo tiene la capacidad para elegir a los mejores que puede, no le teme ni es celoso de la formación profesional o capacidades intelectuales de los demás, por el contrario, aprende de ellos, busca que cada persona del equipo tenga un desempeño idóneo y que comparta y aporte su visión de futuro al proyecto político al que tienen la oportunidad de servir.

El asesor debe ser el primero en ofrecer su capacidad para generar un clima laboral y una dinámica de trabajo adecuados, donde cada integrante del equipo sea una fortaleza temática especializada, que aporte su mayor conocimiento y habilidad técnica al capital intelectual colectivo, para propiciar una praxis holística del ejercicio político, la administración y la gobernabilidad públicas, materia del poder ejecutivo en general.

El asesor es valorado por algunos, reconocido por los menos, envidiado y vilipendiado por los más, por aquellos que quisieran tener esa cercanía con quien detenta el poder, por quienes quisieran tener oídos para escuchar lo que sugiere o consulta cuando susurra al oído del titular del poder público, o de quienes quisieran ver lo que hace cuando vuelve a ocupar su lugar en el ámbito de la soledad palaciega.

Sin embargo, para el asesor no todo es un mundo de poder y felicidad, sobre sus hombros pesa la responsabilidad y la delicadeza de los asuntos, y cuando algo sale mal, tiene que asimilar estoico el susurro, la crítica, el “fuego amigo” y “la grilla” de sus detractores, por eso en su velado mundo de discreción y reflexión profunda, también existen los “ajustes de cuentas” políticas, que nada tienen que ver, ni ameritan violencia alguna, pero siempre son un recurso de reafirmación y consolidación del peso adquirido en el ámbito del trabajo profesional.

Cuando el asesor concluye  plena o circunstancialmente su tarea en un proyecto político, está listo para transitar a su mundo de tenues sombras, donde se reinventa para reaparecer en los entretelones de otro proyecto político, con su estilo y quehacer incansable de ser una herramienta al servicio del poder público.


[1] Diccionario Universal de Términos Parlamentarios. Diversos autores, editado por Miguel Ángel Porrúa (grupo editorial) y Lobbying Lerdo de Tejada y Godina, Pág. 76, México 1997.
[2] Ibid, p. 76

lunes, 29 de junio de 2015

El pragmatismo en la política


Presentación

De unos años a la fecha se ha puesto de moda el concepto “Pragmatismo”, así escuchamos hablar de pragmatismo político, empresarial, periodístico, académico, deportivo, entre muchos otros calificativos que se emplean para definir a una persona en su conducta de vida diaria, ejercicio de su profesión u oficio, por esta razón consideramos importante indagar un poco más sobre el concepto, y conocer con mayor precisión su significado, tratando de documentar como este adjetivo ha cobrado estilo de vida en un número cada vez mayor de personas. También nos proponemos como objetivo mirar de qué manera este comportamiento afecta positiva o negativamente el entorno social y político en que vivimos.

De inicio deseo señalar que con el propósito de establecer un punto de partida para abordar el asunto en cuestión, consultamos a diversos pensadores de la filosofía, la sociología y la política, haciendo énfasis en dos de ellos por considerar que tratan con mayor profundidad el concepto, ambos han propuesto una definición amplia que nos permite entender el concepto en su más llana acepción, nos referimos a José Ferrater Mora y a Nicola Abbagnano, ambos rescatan el tema desde su origen, su significado y el uso cotidiano que se le ha venido dando en la vida pública, especialmente en la politica

 

I.- El pragmatismo como movimiento filosófico

En el estudio que José Ferrater Mora realiza del concepto “pragmatismo” precisa que es una corriente filosófica, surgida en 1878, primero en los Estados Unidos y después adoptado en Inglaterra, aclarando que las líneas principales de este movimiento fueron perfiladas por Charles S. Peirce, en un artículo denominado “Cómo hacer claras nuestras ideas”, en el que sostiene que “toda la función del pensamiento es producir hábitos de acción”.[1]

Estos postulados son, los que según Ferrater Mora, dieron origen y uso cotidiano al concepto “pragmatismo”, señalando al respecto lo siguiente: “Peirce destacó que su pragmatismo no es tanto una doctrina que exprese conceptualmente lo que el hombre concreto desea y postula sino una teoría que permite otorgar significación a las únicas proposiciones que pueden tener sentido”.[2]

Esta cita de Ferrater Mora nos permite inferir que el pragmatismo surgido en el reino de los pragmáticos: los Estados Unidos e Inglaterra, es una corriente del pensamiento que nos motiva para elaborar justificaciones lógicas y simples a todo aquello que hacemos o deseamos, sin reparar si los hechos de que nos valgamos para conseguirlo sean o no éticos, humanistas, socialmente positivos o negativos, lo que importa, según esto es conseguir el fin deseado. Una forma de pensar muy propia de las sociedades que rinden culto al beneficio individualista privado por encima del beneficio social, esto es muy importante cuando tengamos que hablar de la forma de pensar y hacer del político pragmático, que en la época presente pulula por cualquier parte del mundo.

Por su parte, Nicola Abbagnano señala que “El adjetivo fue usado por primera vez por Polibio que distinguió netamente la historia “P”, que se ocupa de hechos, de la historia que se ocupa de leyendas”… “Polibio agrega así mismo que la historia P. Es la más útil para enseñar al hombre a que debe atenerse en la vida asociada”[3]

Esta nueva cita nos permite comprender con claridad que la historia pragmática, es decir la historia que estudia los hechos socialmente colectivos, es la que tiene mayor valor, toda vez que ella nos permite extraer del pasado lecciones útiles para la conducción social en el presente y el futuro, y por el contrario, la historia que solo se ocupa de leyendas es la menos confiable, y por tanto menos útil para la persona y la sociedad, toda vez que sus leyendas nos inducen a emular acciones de manera repetitiva creando costumbres que no siempre son buenas o las mejores.

Nicola Abbagnano también habla de la esencia del pragmatismo de Charles S. Peirce citando: “La total función del pensamiento es producir hábitos de acción, esto es, creencias”.[4] La corroboración de esta cita es muy importante porque nuevamente encontramos que el pensamiento de Peirce está orientado a dar valor al aprendizaje de hábitos rutinarios y costumbres que hacen las veces de códigos de conducta del ser social, es decir, si tal o cual persona realizó tales acciones y obtuvo éxito, basta con que yo haga lo mismo para obtener el mismo éxito, cosa que no es absolutamente cierta.

Yendo más lejos en su análisis sobre el pragmatismo, Nicola Abbagnano cita a W. James y a F.C.S. Schiller, diciendo que “Uno de los motivos que James aducía para el ejercicio de la voluntad de creer es que la creencia puede producir su propia justificación y así sucede a veces en las relaciones humanas, cuando el creer que una persona es amiga, nos hace comportarnos amistosamente hacia ella y nos procura su amistad”[5]

Por nuestra experiencia social sabemos que a veces sucede de esta forma, pero no siempre, incluso puede suceder lo contrario, es decir que por falta de un estudio detenido y un juicio de valor fundamentado en hechos personales y sociales del pasado y del presente, creemos en algo, o en alguien, cometiendo un grave error que después nos genera decepciones y conflictos internos o sociales. En política es muy frecuente este hecho, pues la tan llevada y traída demagogia y la simulación han propiciado innumerables decepciones ciudadanas.

Es importante saber de ambos filósofos: Nicola Abbagnano y Ferrater Mora, que el pragmatismo se opone a las leyes absolutas y desdeña los hechos y las verdades históricas, para el pragmático lo que cuenta es el pensamiento utilitario, toda proposición es válida e importante si genera un beneficio concreto e inmediato, un resultado tangible y apropiable, si satisface en el acto un interés personal o de grupo.

Por tanto, y sin pretender desvirtuar el valor que puede tener el pragmatismo como conducta proclive a los buenos hábitos, el pragmatismo rehúye a la reflexión y a la discusión necesarias para la toma de decisiones, aduciendo que toda discusión es estéril y que la solución de un problema requiere de actos y hechos concretos e inmediatos, por tanto, el pragmatismo individualista o colectivo empirico se asocia al utilitarismo absoluto, donde únicamente lo que tiene utilidad práctica es reconocido como acto socialmente valioso y practicable por los integrantes de la sociedad, algo así como sostener que la repetición de los actos sociales es la más útil para conseguir en lo individual o lo colectivo lo que se desea. 

 

II.- El Pragmatismo Empoderado de Humildad y Rico en Soberbia

Nos ha quedado claro que el pragmatismo no es una ideología, tampoco una política pública técnicamente estructurada para dar respuesta a las demandas y problemas que enfrenta la sociedad contemporánea, el pragmatismo es una corriente de pensamiento que hoy día ha derivado en una conducta ejecutivista simple y llana, una conducta que en momentos se vuelve extrema rompiendo incluso con los parámetros del sentido común mesurado y sistémico, pues promueve el individualismo, la repetición de rutinas y el inmediatismo para que una persona, o la comunidad, logren tener o hacer lo que desea para su propio beneficio.

En nuestros días el pragmatismo como conducta buscadora de éxitos se ha encarnado en políticos hombres y mujeres, que rinden culto a las ideas prácticas e inmediatistas para conquistar la representatividad y el poder público, el pragmático es un hombre o mujer asombrosamente operativo, simplista, utilitarista y siempre directo, como dice el refrán popular mexicano “Que siempre van al grano”, al negocio o la componenda en busca de una gestión improvisada o momentánea, para el pragmático no hay consideraciones intermedias ni matices teóricos o morales.

El político pragmático difícilmente leyó, y seguramente no le interesa leer al sociólogo británico Thomas H. Marshall, por citar un autor, cuando éste define al ciudadano como “Aquel que es triplemente ciudadano: civil, político y social, donde, el elemento civil se compone de los derechos para la libertad individual: La libertad de la persona, de expresión, de asociación, de pensamiento, de religión, de derecho a la propiedad, a establecer contratos y derecho a la justicia. La ciudadanía política es el derecho a participar en el ejercicio del poder político siendo elector o presentándose para ser elegido. La ciudadanía social o económica abarca todo el espectro, desde el derecho a la seguridad hasta el derecho a un mínimo de bienestar económico, a compartir plenamente la herencia social y a vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en cada sociedad” [6]

Para el político pragmático el sistema político democrático en que vivimos, con su marco legislativo: la constitución, las leyes que se derivan de ella, los reglamentos, los derechos humanos, la equidad de género, la inclusión y la justicia social, entre otros temas de nuestra cultura política, son meros deseos de soñadores que ya están muertos o viven al margen del marco de acción política práctica. Para el pragmático consumado, muchas veces por la ignorancia, otras por la ansiedad del poder, las leyes y disposiciones legales son trabas para el ejercicio del poder público y el resultado inmediato.

El político pragmático no repara entre sistemas políticos: democracia o dictadura; capitalismo o socialismo, derecha o izquierda, para el pragmático la política es un ámbito de lucha donde todo es válido, donde su preocupación obsesiva es construir su acceso a la representatividad, al dinero y al control de las instituciones públicas, porque la representatividad le da dinero, y el dinero le da poder, y la asunción al poder público le permite sentir que ha superado sus traumas personales arribando a la superioridad, por eso cuando adquiere el poder se pasa el tiempo ordenando y dándose una vida generalmente llena de excesos en compañía de familiares y un séquito de incondicionales.

Por esta razón, el político pragmático que conquista posiciones de gobierno o representatividad popular generalmente no tiene programa de gestión, es en algunos casos muy intuitivo, operativo e improvisa, resuelve con soluciones a priori y aisladas, parciales e inconexas, casi nunca admite que algo “no se debe” o “no se puede”, esas palabras desafía su capacidad pragmática resolutiva y de autoridad.

El político pragmático no es de derecha ni de izquierda, no sabe que esa “diada” representa vertientes ideológicas con “programas contrapuestos respecto a muchos problemas cuya solución pertenece habitualmente a la acción política, contrastes no solo de ideas sino también de intereses y valoraciones sobre la dirección que se habrá de dar a la sociedad”.[7]

El político pragmático no conoce el fondo de las inequidades de la sociedad, por lo mismo no puede situar su actuación pública a la derecha o a la izquierda del pensamiento político, y sus gestiones tampoco están encaminadas a responder a ideales o necesidades estructurales históricas de desigualdad e inequidad entre los ciudadanos.

El político pragmático que no es de derecha ni de izquierda, tampoco plantea una tercera vía para dar respuesta a los planteamientos de la sociedad, no escucha ni se documenta para el ejercicio del cargo público, abreva en el folklore, en la elocuencia de los que le rodean y resuelve porque va en busca de poder y fortuna, porque siente que está en su momento. El político pragmático es por demás populista intenso, su conducta raya en el extremo de dar rienda suelta a sus creencias y vive con pasión desbordada la búsqueda del poder y el poder mismo.

Hay pragmáticos completamente ayunos de los conceptos básicos de la política, la economia, la administración pública y la calidad en el servicio público, ni siquiera pueden asumir que la política y los cargos públicos son posiciones para construir el futuro de todos, posiciones de servicio contratado por la sociedad, prefieren creer y conducirse con la convicción de que llevan puesta la investidura de la “autoridad” indiscutible, es claro que con esta forma de pensar tampoco pueden transitar del pragmatismo absolutista al ejercicio democrático del poder público.

Cuando el pragmático descubre sus habilidades e ingresa al ámbito de la profesión política, cuando es candidato, lo hace llevando su desempeño al extremo del populismo mezclando en sus peroratas el folklore y la religión, la bondad y la caridad religiosa, se excede en sencillez para generar confianza en el ciudadano, en el elector. En su búsqueda del poder el pragmático hace del cinismo una virtud, se asume humilde, sencillo, autentico, solidario, paternalista, fraterno, como  el más noble “justiciero” del eslabón social, pero cuando ha conseguido el poder esa humildad aparente le da vida a un déspota, a un autoritario que ejerce la gestión pública o representatividad popular comportándose como si estuviera administrando su propia empresa, incluso, pierde de vista la temporalidad del encargo público y actúa como si le fuera a durar toda la vida.

Como gobernante, el político pragmático se siente erudito, inequívoco, ínclito, cuando en realidad ha sucumbido ante su pequeña condición intelectual, ascendiendo a la desfachatez más cruda de la soberbia. Por lo general el político pragmático rebasa todos los límites de la prudencia porque desconoce, o se niega a aceptar con realismo la responsabilidad que significa tener en su persona la confianza y el mandato social constitucional, y por eso se comporta como si por si mismo tuviera la capacidad y la posibilidad de dar a la sociedad lo que ésta necesita para su bienestar y felicidad, se siente prócer de la sociedad. El absolutismo del político pragmático siempre tiene la tentación de hacer del pueblo que lo eligió una masa vitoreante, un pueblo de súbditos donde se siente el jefe máximo, el “patrón”, como les gusta que le llamen sus incondicionales.

El político pragmático absolutista vive cada día para tratar de ocultar su verdadero desempeño, sus excesos, su falta de honestidad, de transparencia, la obligación que tiene de rendir cuentas, de entregar resultados, cada día se preocupa por el maquillaje de su gobierno, por ponerse una máscara distinta que no muestre su altanería, desorden y mediocridad, pretende controlar a la opinión pública, sin embargo, nunca logra cambiar la realidad de su comportamiento desmesurado y extremo.

El extremismo cualquiera que sea su fin perseguido, si es que lo tiene, es ajeno a una visión histórica y prospectiva, a una planeación programática, el pragmático extremista generalmente improvisa en función de las múltiples y empíricas influencias que recibe de su entorno, y cuando la improvisación con que se conduce se colapsa, por lo regular recurre no a salidas democráticas sino a reacciones de intolerancia y autoritarismo que suelen terminar en rupturas políticas con la sociedad, y la ruptura propicia ingobernabilidad que en muchas ocasiones desencadena una injustificable y lamentable violencia, con saldos muy desagradables, no para el déspota, si no para la sociedad misma.

De aquí, que los periodos gubernamentales que presiden los políticos pragmáticos  casi siempre terminan en una lamentable experiencia de gobierno, más llena de atropellos, rezagos y estancamientos que de avances en el desarrollo socioeconómico, los pobres resultados de sus gestiones se mezclan con la deplorable imagen y el escándalo público que casi siempre envuelve a los excéntricos.

 

III.- El Pragmatismo en los partidos políticos

A partir de la década de los años ochenta del siglo pasado, la generación de políticos mexicanos herederos de la Revolución de 1910, sus formas y costumbres paradigmáticas, paulatinamente fueron llegando a su ocaso, atrás fueron quedando frases celebres como “El que se mueve no sale en la foto”, “La forma es fondo”, “Todo es válido cubriendo las formas”, entre muchas otras, máximas que caracterizaron a una generación de políticos postrevolucionarios que si bien sus patrones de actuación fueron pragmáticos eran muy sensibles a las reglas de política no escritas, por tanto, cuidaban mucho la pulcritud de las formas de conducirse en  los cargos públicos.

A esta decadencia sobrevino una nueva generación de políticos que combinaron los protocolos precisamente por leyendas que crearon nuevas costumbres: “El que no se mueve no sale en la foto”, “El que respira aspira”, “El que no transa no avanza”, y muchas más que marcaron el arribo de nuevos actores políticos para quienes el apego a los principios ideológicos, la disciplina, la lealtad y la gratitud se fueron quebrantando y la lucha por el poder y la alternancia en éste, adquirieron tintes de lucha entre contrarios e incluso luchas de correligionarios al interior de sus propios partidos políticos.

Héctor Aguilar Camín sostiene que: “a partir de los años sesenta, en una progresión rápida y contundente, los núcleos dominantes de la clase política han dejado de venir de la militancia política tradicional y de las escuelas políticas, y han empezado a incluir en sus trayectorias exitosas a gente con postgrados en el extranjero y escuelas privadas en su infancia”.[8] Así, se vino consolidando el arribo a la clase política de un pragmatismo ejecutivista  que avanzó de la mano de políticos tecnócratas y populistas formados en universidades mexicanas y del extranjero, de izquierda, centro y derecha.

Para mediados de la misma década de los ochenta, esta nueva generación de políticos estaba en pleno ejercicio de sus luchas políticas, ascendiendo a posiciones de gobierno, de elección popular y de dirigencia partidista, siendo protagonistas fundamentales de las nuevas formas de hacer política en el país, con ellos al frente,  los partidos políticos dejaron a un lado los criterios de arraigo popular y reconocimiento a la trayectoria, como métodos para la designación de candidatos a cargos de elección popular, asumiendo como criterios fundamentales el influyentismo y la popularidad, el llamado  posicionamiento en el “gusto popular”  como método para designar candidatos a: gobernadores, senadores, diputados federales, diputados locales, presidentes municipales, síndicos y regidores.

Cuando las dirigencias empezaron a encubrir el influyentismo bajo el criterio de “el más popular o mejor posicionado” en el gusto de los electores, aunque sea el más banal de los sujetos, se abrió la puerta de los partidos a toda clase de pretensiones ávidas de poder, negocios, dinero, tráfico de influencias y protección de intereses diversos lícitos o ilícitos para la sociedad.

Con ello, la sociedad empezó a escuchar y convivir con una nueva clase de políticos dispuestos a cuanto sea necesario para conseguir los votos y los cargos para ejercer poder público, políticos chistosos, bailarines, dicharacheros, folklóricos, y en muchos casos adinerados, que dejando atrás la propuesta del discurso político vinieron convirtiendo las campañas políticas en fastuosos carnavales populares con: bailes públicos, tardeadas, comilonas, mítines con grupos musicales, con rifas de artículos utilitarios, entre muchas otras expresiones de populismo y degradación de la esencia de la política y los procesos democráticos de elección de representantes populares.

Con esto también inicio el dispendio de dinero de procedencia oculta, que ha generado una verdadera decadencia de la política electoral: la compra de liderazgos populares, la construcción de estructuras de promoción a sueldo, la compra de votos antes y el día de la elección, el acarreo de votantes, entre muchas formas de manipulación del electorado que distorsionan el  ejercicio del derecho a votar y ser votado, y que han convertido a la política electoral en concursos de mañas y marrullerías, dando al traste con la escasa cultura política electoral democrática que durante décadas la sociedad mexicana ha venido construyendo.

Hoy día, no obstante que por un lado la legislación electoral producto de la exigencia legítima de una parte de la sociedad, con dificultades, pero virtuosamente ha venido evolucionando para combatir las prácticas que arruinan los procesos electorales, por el otro lado los partidos políticos se han convertido en semilleros de políticos pragmáticos, de oportunistas que han convertido los procesos electorales en mercaderías de alianzas políticas, tianguis de candidaturas y componendas donde se regatean los votos, que incluso no siempre terminan siendo del mejor postor, porque la destrucción de la civilidad electoral no ha convenido ni convendrá a nadie.

El pragmatismo que ha permeado hasta el dominio de los partidos políticos, ha desvirtuado la necesaria lucha de ideas para construir un proyecto socioeconómico. Los pragmáticos están concentrados y mezclados enajenadamente en obtener legítima o dudosamente legítima la representatividad política para arribar al presupuesto público, y cuando lo han conseguido, derrochan recursos en obras y eventos innecesarios justificados mediáticamente como obras de gran progreso social, donde por una parte brilla la modernidad en ostentosas obras urbanas: viabilidades, medios de transporte, imagen urbana, y por otra parte, la inmensa y creciente pobreza que puede verse en regiones y colonias de grandes, medianas, pequeñas ciudades y comunidades rurales  que viven el día a día sin esperanza de acceder algún día a mejores condiciones de vida. De esta situación, frecuentemente dan cuenta numerosas evaluaciones y reportajes emitidos por organismos ciudadanos y medios de comunicación.

Héctor Aguilar Camín habla de que en México estamos viviendo una “alianzocracia”, refiriéndose a las alianzas pragmáticas entre “partidos grandes y partidos chiquitos”, donde sin importar principios ideológicos o programáticos,  los partidos grandes compran la alianza de un partido chiquito o “partido bisagra”, calculando que en elecciones competidas, con el escaso respaldo de uno o más partidos chiquitos logrará inclinar la balanza electoral en su beneficio. De estos hay múltiples ejemplos en la realidad  política nacional. 

Los partidos políticos dirigidos por estos hombres y mujeres en extremo pragmáticos nacieron sin ideología y se han desdibujado como opciones de gobierno o representatividad, nacieron como negocios por que nuestra legislación es propicia para ello, y además de lucrar con las prerrogativas que otorgan los organismos electorales, se han convertido en trampolines de políticos “chapulines”, convirtiendo la política electoral en un espacio de turbias maniobras de intereses, como la venta de alianzas, venta de candidaturas, de posicionamientos parlamentarios, y un abanico de irregularidades y prácticas que en nada están favoreciendo el desarrollo de la cultura democrática del país.

El 2014 fue un año crítico para la política mexicana, estuvo lleno de deplorables ejemplos que ilustran la decadencia generada por múltiples frivolidades pragmáticas como: “Los dipu-tables”, de Puerto Vallarta; “El diputado bailarín”, de Querétaro, “los moches” en la Cámara de Diputados Federales; “el caso de San Blas, Nayarit”, donde aquel cínico presidente municipal confesó públicamente haber robado “pero poquito” en su primer periodo de gobierno y que en el 2014 festejó su cumpleaños con una fiesta popular de 33 millones de pesos: bandas musicales, cerveza, comida para el pueblo y sus invitados. Los acontecimientos de corrupción y autoritarismo en la gubernatura de Guerrero, y los desafortunados acontecimientos del 26 y 27 de septiembre, en Ayotzinapan e Iguala, Guerrero, propiciados por un matrimonio de políticos pragmáticos desquiciados.

Para la elección del 2015 todos los partidos políticos dijeron que serían “muy” cuidadosos en el estudio de los perfiles de sus aspirantes a diputados federales, que postularían a los mejores hombres y mujeres, un buen propósito, porque el pragmatismo partidario no cesó, pues en la búsqueda de triunfos tácticos para alcanzar un máximo de curules, o para conservar y lograr la ratificación de registros partidarios, los partidos grandes y chiquitos volvieron a las peores prácticas postulando artistas, futbolistas y hasta un payaso como candidato independiente (“Lagrimita”) obtuvo su registro. Es verdad que el ser humano es un “animal político”, que todos tenemos y podemos ejercer a plenitud nuestros derechos políticos y ciudadanos, que tenemos el deber de participar en política para expresar nuestro sentir e impulsar las soluciones a nuestros problemas sociales, pero el ejercicio de la política, como de la economía, de la medicina, de la administración pública, de alguna ingeniería, etcétera, requieren de una preparación mínima seria, de contar con los conocimientos necesarios para solicitar al electorado, al pueblo, una representatividad auténtica, legítima, con compromisos de trabajo claros, porque en la política se decide y construye el presente y el futuro de todos, en ella está, y de ella depende la calidad de sociedad y de vida que deseamos tener todos.

La política mexicana como la de muchos otros países latinoamericanos y europeos está siendo dominada por grupos en pugna por el poder, hordas amafiadas que se agrupan, coluden o alían en estrategias mercadológicas populistas, para envolver al electorado y hacer de los distintos cargos públicos un lucrativo negocio.

En un sistema de partidos políticos tan quebrantado como lo está ahora el mexicano, la derecha e izquierda han perdido todo sentido de diferenciación en lo ideológico y lo programático, y ahora actúan juntas, mezcladas en un marco de negociaciones por el control, reparto y apropiación de los beneficios derivados de los cargos públicos. Solamente una sociedad cada vez más consciente, interesada y protagónica podrá acabar con esta crisis de la política pragmática en México y el mundo.



[1] FERRATER, Mora José. Diccionario de Filosofía Abreviado, Ed. Hermes, Pág. 340.
[2] OP CIT. Pág. 340
[3] Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, Ed, FCE, Pág. 940
[4] OP. CIT, Pág. 941
[5] OP: CIT. Pág. 942
[6] Thomas H. Marshall. Ciudadanía y clase social, Alianza Editores
[7] Bobbio, Norberto. Derecha e Izquierda. Ed. Taurus, Pág. 36
[8] Aguilar Camín, Héctor, La modernidad fugitiva, Ed. Planeta, Pág. 158, México