martes, 21 de abril de 2015

Del campesinado a la comunidad productiva


El México de hoy es eminentemente urbano, casi el setenta por ciento de la población vive en grandes zonas conurbadas, ciudades medias o pequeñas, pero somos una sociedad con fuertes contrastes sociales, porque la mayoría de quienes viven en las manchas urbanas padece algún grado de pobreza y no cuenta con ingresos regulares. La nuestra es una sociedad fuertemente demandante de una gran cantidad de alimentos, de los cuales, el 49 por ciento tienen que ser importados para cubrir la demanda nacional.
En las zonas rurales vive casi una tercera parte de la población, son quienes teóricamente deberían producir los alimentos que necesitamos en todo el país, pero en realidad en el campo están los menos productivos y los más pobres de los pobres, ahí están los campesinos que subsisten en pequeñas comunidades rurales dispersas, con un magro patrimonio productivo, los que por décadas han esperado a los nuevos “caudillos” que vengan a resolver su precaria realidad socioeconómica, una espera infructuosa porque los “caudillos” no volverán, de tal suerte que son las propias comunidades de campesinos las que deben despertar y empoderarse por sí mismas a partir de sus circunstancias, animadas por su “sed” de bienestar asumir una nueva actitud que les permita replantear su situación económica y social de cara al resto de la sociedad, consciente pero impávida ante este problema ancestral.
Las comunidades que no logren incorporarse oportunamente a esta toma de conciencia colectiva de la realidad productiva que estamos viviendo, verán agotar lentamente sus fortalezas de subsistencia, hasta que no tengan más cosa que vender para comer que sus escasos implementos de producción: la tierra, sus herramientas, sus animales y su menguada infraestructura, entre los pocos elementos de capital material que aún conservan entre sus pertenencias.
Por el contrario, los productores agroalimentarios del futuro serán aquellos que en el presente, asuman conciencia de su difícil situación socioeconómica para plantearse colectivamente una visión y misión distintas, una actitud que les permita transitar culturalmente de una condición de pobreza resignada, a una de actores socioeconómicos dinámicos, innovadores e impulsores de los cambios necesarios que los conviertan en comunidades empoderadas,  organizadas y productivas.
Una comunidad productiva especializada será aquella que se integre con campesinos conscientes de su precaria condición, y que sin importar el tamaño o régimen de propiedad de su tierra, se unan para informarse, buscar asesoría social o gubernamental para encontrar su vocación productiva, y adoptar  una forma asociativa empresarial que les permita acceder al conocimiento técnico, participar en la generación colectiva de sinergias productivas e integrarse en una unidad productiva especializada, tecnificada y rentable, con capacidad de insertarse exitosamente en los mercados regionales, nacional e internacional.
La comunidad productiva especializada se tiene que edificar sobre la decisión colectiva de crecer, apoyada en la suma de sus fortalezas organizacionales, en el impulso retroalimentador del mejoramiento de sus prácticas productivas sustentables y de su capacidad gestora para establecer alianzas estratégicas con todos los actores de la cadena productiva en que participan.
Una comunidad productiva especializada surgirá donde se fusionen los sueños, el talento y la mentalidad progresista y empresarial de los productores agropecuarios, aprovechando el conocimiento de la nueva generación de técnicos, científicos y el ejemplo demostrativo de los empresarios que ya han abierto camino en el sector agroalimentario.
En una comunidad productiva especializada se generarán sinergias colectivas compartidas comunitariamente, la falta de elementos individuales de producción dejará de ser el obstáculo insalvable para la formación operativa de pequeñas, medianas y grandes unidades productivas empresariales, pues el uso comunitario del conocimiento técnico y las herramientas tecnológicas, así como el empleo generado con el uso de los elementos colectivos de producción, empezarán a generar capital social y bienestar familiar colectivo.
En una economía global competitiva solamente las comunidades productivas  especializadas en el manejo de paquetes tecnológicos, podrán adaptarse y subsistir ante los embates, exigencias y evolución permanente del sector productivo y del sistema de comercialización de alimentos en el mercado mundial.
Pero los actores productivos del sector agroalimentario no deben esperar que los cambios para el mejoramiento de su condición socioeconómica, vengan necesariamente promovidos por quienes viven en el confortable regazo de las instituciones relacionadas con este sector, deben ser los propios productores los que en una actitud proactiva empujen el anhelado mejoramiento de sus condiciones socioeconómicas, deben ser ellos con su exigencia vanguardista los que muevan el pesado aparato estatal burocrático, para que  también se reorganice y dé respuesta a las necesidades de la productividad.
Por eso, una comunidad productiva especializada debe desarrollar una intensa actividad en tres sentidos: primero organizarse jurídicamente, definir su perfil productivo y tomar la decisión de sumar esfuerzos y capital productivo. El segundo, de gestión hacia afuera, para hacerse de los recursos necesarios para su crecimiento: transferencia tecnológica, estímulos a la productividad y financiamientos. El tercero, de gerencia y administración hacia adentro, para administrar y bien emplear equitativa, transparente y eficazmente los recursos obtenidos del sector público o social.
El principal estimulo de la comunidad productiva especializada debe estar en su interés efectivo de bienestar y construcción patrimonial comunitaria e individual, de ahí que debe conceder la representatividad a una gerencia administrativa, capacitada, profesional, no a las inamovibles burocracias gubernamentales ahogadas en abultados y dilatados procesos de papel.
Una comunidad productiva especializada no es aquella que se agrupa en torno a un líder gestor, pragmático y mesiánico, esa forma de organización ya debe quedar en el olvido, porque durante décadas no logró cosechar más que fracasos y desesperanzas en las mujeres y hombres del campo mexicano, la comunidad productiva debe agruparse con mentalidad empresarial en función de intereses personales y comunitarios.
Una comunidad productiva tampoco es aquella que acepta una relación pública de amparo y protección gubernamental, porque esas formas tradicionales de paternalismo terminan tarde o temprano en subordinación política, corrupción y dependencia económica, la comunidad productiva especializada debe basar la lucha en su capacidad de autogestión manejada con profesionalismo, transparencia y rendición de cuentas.
El sector agroalimentario debe organizarse en Comunidades Productivas Especializadas que establezcan una relación de colaboración con el sector gubernamental, pero  manteniendo el control de su organización, de su proyecto, gestionando con legítima fortaleza la parte presupuestal que equitativamente le corresponda para evitar que los gobiernos de distintos órdenes continúen favoreciendo de manera unilateral, desproporcionada y desequilibrante, el desarrollo urbano, convirtiendo a la población citadina en el nuevo y más valioso capital político, de gobiernos que solo han pensado en su patrimonio y no en la viabilidad equilibrada de la sociedad mexicana.
La Comunidad Productiva Especializada debe, por tanto, rechazar y desterrar de su organización cualquier forma de gestión o control tutelar que pretenda alojarse en ella, pues siempre será mejor el trabajo comunitario creador de una pequeña utilidad empresarial bien habida, que una prebenda obtenida a costa del futuro de la propia comunidad.
La Comunidad Productiva Especializada debe estar liderada por mujeres u hombres que aprendan practicando las nuevas formas de hacer economía y política, pero la política al servicio de la economía, no a la inversa, innovando y creciendo colectivamente sobre la marcha. Administradores legítimos que compartan la toma de decisiones para ser portadores efectivos de la voluntad comunitaria.
Es una tendencia insoslayable, que solamente podrán ser parte de la economía mexicana globalizada, aquellas comunidades productivas especializadas que se adapten a las condiciones de asociación, productividad y competitividad que exige la dinámica del modelo económico global.
Los productores agroalimentarios mexicanos, empoderados y organizados, sí tienen la capacidad de impulsar una revolución asociativa, tecnológica y de gestión empresarial en este siglo. Apostemos todo al asociacionismo empresarial agropecuario para el resurgimiento poderoso del sector agroalimentario sustentable de México. Recuperemos el símbolo que décadas atrás nos dio identidad nacional en el mundo.



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