El México de hoy es eminentemente urbano, casi el
setenta por ciento de la población vive en grandes zonas conurbadas, ciudades
medias o pequeñas, pero somos una sociedad con fuertes contrastes sociales,
porque la mayoría de quienes viven en las manchas urbanas padece algún grado de
pobreza y no cuenta con ingresos regulares. La nuestra es una sociedad fuertemente
demandante de una gran cantidad de alimentos, de los cuales, el 49 por ciento
tienen que ser importados para cubrir la demanda nacional.
En las zonas rurales vive casi una tercera parte de la
población, son quienes teóricamente deberían producir los alimentos que necesitamos
en todo el país, pero en realidad en el campo están los menos productivos y los
más pobres de los pobres, ahí están los campesinos que subsisten en pequeñas
comunidades rurales dispersas, con un magro patrimonio productivo, los que por
décadas han esperado a los nuevos “caudillos” que vengan a resolver su precaria
realidad socioeconómica, una espera infructuosa porque los “caudillos” no
volverán, de tal suerte que son las propias comunidades de campesinos las que deben
despertar y empoderarse por sí mismas a partir de sus circunstancias, animadas
por su “sed” de bienestar asumir una nueva actitud que les permita replantear
su situación económica y social de cara al resto de la sociedad, consciente pero
impávida ante este problema ancestral.
Las comunidades que no logren incorporarse oportunamente
a esta toma de conciencia colectiva de la realidad productiva que estamos
viviendo, verán agotar lentamente sus fortalezas de subsistencia, hasta que no
tengan más cosa que vender para comer que sus escasos implementos de producción:
la tierra, sus herramientas, sus animales y su menguada infraestructura, entre los
pocos elementos de capital material que aún conservan entre sus pertenencias.
Por el contrario, los productores agroalimentarios del
futuro serán aquellos que en el presente, asuman conciencia de su difícil situación
socioeconómica para plantearse colectivamente una visión y misión distintas,
una actitud que les permita transitar culturalmente de una condición de pobreza
resignada, a una de actores socioeconómicos dinámicos, innovadores e impulsores
de los cambios necesarios que los conviertan en comunidades empoderadas, organizadas y productivas.
Una comunidad productiva especializada será aquella que
se integre con campesinos conscientes de su precaria condición, y que sin
importar el tamaño o régimen de propiedad de su tierra, se unan para
informarse, buscar asesoría social o gubernamental para encontrar su vocación
productiva, y adoptar una forma
asociativa empresarial que les permita acceder al conocimiento técnico,
participar en la generación colectiva de sinergias productivas e integrarse en
una unidad productiva especializada, tecnificada y rentable, con capacidad de
insertarse exitosamente en los mercados regionales, nacional e internacional.
La comunidad productiva especializada se tiene que
edificar sobre la decisión colectiva de crecer, apoyada en la suma de sus
fortalezas organizacionales, en el impulso retroalimentador del mejoramiento de
sus prácticas productivas sustentables y de su capacidad gestora para
establecer alianzas estratégicas con todos los actores de la cadena productiva
en que participan.
Una comunidad productiva especializada surgirá donde se
fusionen los sueños, el talento y la mentalidad progresista y empresarial de
los productores agropecuarios, aprovechando el conocimiento de la nueva
generación de técnicos, científicos y el ejemplo demostrativo de los empresarios
que ya han abierto camino en el sector agroalimentario.
En una comunidad productiva especializada se generarán
sinergias colectivas compartidas comunitariamente, la falta de elementos individuales
de producción dejará de ser el obstáculo insalvable para la formación operativa
de pequeñas, medianas y grandes unidades productivas empresariales, pues el uso
comunitario del conocimiento técnico y las herramientas tecnológicas, así como
el empleo generado con el uso de los elementos colectivos de producción, empezarán
a generar capital social y bienestar familiar colectivo.
En una economía global competitiva solamente las
comunidades productivas especializadas en
el manejo de paquetes tecnológicos, podrán adaptarse y subsistir ante los
embates, exigencias y evolución permanente del sector productivo y del sistema
de comercialización de alimentos en el mercado mundial.
Pero los actores productivos del sector agroalimentario
no deben esperar que los cambios para el mejoramiento de su condición
socioeconómica, vengan necesariamente promovidos por quienes viven en el
confortable regazo de las instituciones relacionadas con este sector, deben ser
los propios productores los que en una actitud proactiva empujen el anhelado mejoramiento
de sus condiciones socioeconómicas, deben ser ellos con su exigencia
vanguardista los que muevan el pesado aparato estatal burocrático, para que también se reorganice y dé respuesta a las
necesidades de la productividad.
Por eso, una comunidad productiva especializada debe
desarrollar una intensa actividad en tres sentidos: primero organizarse
jurídicamente, definir su perfil productivo y tomar la decisión de sumar
esfuerzos y capital productivo. El segundo, de gestión hacia afuera, para
hacerse de los recursos necesarios para su crecimiento: transferencia
tecnológica, estímulos a la productividad y financiamientos. El tercero, de
gerencia y administración hacia adentro, para administrar y bien emplear
equitativa, transparente y eficazmente los recursos obtenidos del sector público
o social.
El principal estimulo de la comunidad productiva especializada
debe estar en su interés efectivo de bienestar y construcción patrimonial
comunitaria e individual, de ahí que debe conceder la representatividad a una
gerencia administrativa, capacitada, profesional, no a las inamovibles
burocracias gubernamentales ahogadas en abultados y dilatados procesos de papel.
Una comunidad productiva especializada no es aquella que
se agrupa en torno a un líder gestor, pragmático y mesiánico, esa forma de organización
ya debe quedar en el olvido, porque durante décadas no logró cosechar más que
fracasos y desesperanzas en las mujeres y hombres del campo mexicano, la
comunidad productiva debe agruparse con mentalidad empresarial en función de
intereses personales y comunitarios.
Una comunidad productiva tampoco es aquella que acepta
una relación pública de amparo y protección gubernamental, porque esas formas
tradicionales de paternalismo terminan tarde o temprano en subordinación
política, corrupción y dependencia económica, la comunidad productiva especializada
debe basar la lucha en su capacidad de autogestión manejada con
profesionalismo, transparencia y rendición de cuentas.
El sector agroalimentario debe organizarse en
Comunidades Productivas Especializadas que establezcan una relación de colaboración
con el sector gubernamental, pero manteniendo el control de su organización, de
su proyecto, gestionando con legítima fortaleza la parte presupuestal que
equitativamente le corresponda para evitar que los gobiernos de distintos
órdenes continúen favoreciendo de manera unilateral, desproporcionada y
desequilibrante, el desarrollo urbano, convirtiendo a la población citadina en el
nuevo y más valioso capital político, de gobiernos que solo han pensado en su
patrimonio y no en la viabilidad equilibrada de la sociedad mexicana.
La Comunidad Productiva Especializada debe, por tanto,
rechazar y desterrar de su organización cualquier forma de gestión o control
tutelar que pretenda alojarse en ella, pues siempre será mejor el trabajo
comunitario creador de una pequeña utilidad empresarial bien habida, que una
prebenda obtenida a costa del futuro de la propia comunidad.
La Comunidad Productiva Especializada debe estar
liderada por mujeres u hombres que aprendan practicando las nuevas formas de
hacer economía y política, pero la política al servicio de la economía, no a la
inversa, innovando y creciendo colectivamente sobre la marcha. Administradores legítimos
que compartan la toma de decisiones para ser portadores efectivos de la
voluntad comunitaria.
Es una tendencia insoslayable, que solamente podrán ser
parte de la economía mexicana globalizada, aquellas comunidades productivas
especializadas que se adapten a las condiciones de asociación, productividad y
competitividad que exige la dinámica del modelo económico global.
Los productores agroalimentarios mexicanos, empoderados
y organizados, sí tienen la capacidad de impulsar una revolución asociativa,
tecnológica y de gestión empresarial en este siglo. Apostemos todo al
asociacionismo empresarial agropecuario para el resurgimiento poderoso del
sector agroalimentario sustentable de México. Recuperemos el símbolo que
décadas atrás nos dio identidad nacional en el mundo.
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