La segunda guerra mundial finalizó en 1945 dejando como secuela
economías devastadas; el uso de cuantiosa inversión pública y privada para su
financiamiento, y la destrucción del capital productivo en los países beligerantes
fue de grandes proporciones. Durante el conflicto y después de él, los países
que participaron en la guerra pasaron de exportadores a importadores
potenciales de materias primas, alimentos y productos industrializados, entre
otros, la propia devastación ameritó que después de la pacificación, europeos, japoneses
y norteamericanos, se plantearan la necesidad de reconstruir el sistema
económico mundial, conviniendo en la necesidad de crear instituciones internacionales,
que tuvieran como propósito diseñar medidas de política económica que fueran
aplicadas internacionalmente, y ayudaran a reestructurar la actividad económica
de los países participantes en el conflicto bélico, la propuesta concreta era
acabar con los proteccionismos nacionales y abrir las economías al libre
tránsito de las inversiones y el comercio.
Con este propósito, en 1948 se crea como un primer
instrumento, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT),
cuyo objetivo fue desregular la actividad comercial entre los países adherentes,
para propiciar un intercambio más fluido y rentable para las partes firmantes, así
como alentar la velocidad de circulación de las inversiones productivas,
aprovechando las ventajas comparativas y competitivas de los países que
suscribieron el acuerdo, y que en realidad era la mayoría de los Europeos, Japón,
Inglaterra y los Estados Unidos.
Una vez firmado y puesto en marcha el acuerdo, la
recuperación europea y japonesa principalmente, fue paulatina, sin embargo, las
crecientes inversiones de las principales empresas de estos países requerían
mayores espacios productivos y flexibilidad arancelaria internacional, así que
el GATT no fue limitativo a los países firmantes del acuerdo original, y los gobiernos
líderes responsables de la conducción del organismo, desplegaron una labor
intensa para incorporar a más países como miembros, así uno de los objetivos más
importantes para los norteamericanos como principales impulsores del organismo,
fue la incorporación de países con mercados potenciales como México, objetivo
que ameritó un largo proceso de negociaciones entre los funcionarios del
organismo con las autoridades mexicanas. Las negociaciones acentuaron su
interés durante el sexenio del entonces Presidente José López Portillo, quien
accedió a integrar su gobierno al organismo en calidad de gobierno observador,
años más tarde, el 25 de julio de 1986, en el cuarto año del Presidente Miguel
de la Madrid Hurtado, con la firma del protocolo de Ginebra Suiza, México dejó
de ser un país observador al interior del organismo para convertirse en el
miembro número 92 del GATT.
El protocolo firmado se convertiría posteriormente en
una Carta de Intención, mediante la cual México se comprometió a: eliminar un
conjunto de barreras al comercio internacional, a promover la libre competencia
económica nacional e internacional, garantizar jurídicamente, seguridad y oportunidades
de movilidad de capitales internacionales de inversión, procurar protección
adecuada a los derechos de la propiedad intelectual y coadyuvar en la
resolución de controversias comerciales entre países. Estos fueron algunos de los
compromisos más importantes, sin embargo, internamente la firma del protocolo generó
una controversia política y social muy aguda, había segmentos de la población, como
la izquierda mexicana, que se pronunció rotundamente en contra del ingreso de
México al GATT, por considerar que el acuerdo restaba soberanía nacional, y que
México sería invadido por capitales y producción multinacional. En tanto, los
grupos políticamente conservadores y el sector empresarial aplaudieron la
medida tomada por el gobierno mexicano.
Esta incorporación de México al sistema mundial de libre
mercado creó una nueva realidad para nuestro país, para el continente y el
mercado mundial, pues tan sólo tres de todos los países afiliados al GATT:
México, Estados Unidos de Norteamérica y Canadá, generaron en la geo economía
un mercado potencial de 450 millones de personas con necesidades concretas y
crecientes, lo que dio origen a la necesidad de dar un paso más para afianzar
jurídica y económicamente las relaciones comerciales entre estos tres países.
Así, a finales de la década los ochenta se empezó a plantear la posibilidad de
firmar un acuerdo comercial específico, un asunto cuya discusión llevó varios
años de negociaciones entre los tres países norcontinentales, las
organizaciones de la izquierda mexicana arreciaron sus protestas tratando de
impedir la firma del acuerdo trilateral, sin embargo, ésta se dio y el acuerdo denominado
Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLC), entró en vigor el 1 de enero
de 1994, un año políticamente agitado.
El tratado estipulaba que México se comprometía a
eliminar barreras proteccionistas a un importante y específico listado de
productos que requerían los estadounidenses y canadienses, y viceversa, con ello
rubricaron el tratado con el ánimo de alentar más el crecimiento económico y la
competitividad, mediante la expansión del comercio y la movilidad de los
capitales productivos de los tres países. La consolidación de estos compromisos,
que han generado el mercado más importante del mundo, y que según el Banco de
México genera el 49 por ciento del Producto Interno Bruto Global, aún en las primeras
décadas del siglo XXI, no obstante, hoy en día, continúa generando controversias
y resistencias al interior de la sociedad mexicana, toda vez que el crecimiento
económico pendular del país ha sido muy deficiente en la creación de mecanismos
de redistribución de la riqueza, y ha generado contrastes sociales muy marcados
entre el campo, las ciudades y al
interior de las propias ciudades, donde se concentra la población nacional de
mayor pobreza. Claro, este modelo nacional se integró al modelo internacional,
pero sin realizar ningún ajuste interno para adaptarlo y hacerlo más funcional,
esto llevo a México a desfasarse del ritmo de productividad y competitividad
global, y por tanto a la pérdida de potencial productivo interno y de espacios
comerciales que tuvo durante el periodo conocido como el “Milagro Mexicano”.
El modelo económico de corte neoliberal es un modelo de
perfil eminentemente empresarial internacional, manejado por gobiernos y
organismos de gran influencia mundial que representan a los grandes capitales
multinacionales, mismos que no cesan en su afán de impulsar mecanismos de
crecimiento y liberación del mercado, una política de aliento desmedido a la generación
y concentración de riqueza, que a su vez está generando efectos sociales graves
que difícilmente se pueden resolver por la vía política, pues por una parte, es
evidente que el capital multinacional hace que no ven ni escuchan problemas
mundiales muy delicados como: el acelerado crecimiento poblacional de los países
pobres, y la transferencia demográfica que estos realizan a los países
desarrollados mediante inhumanos movimientos migratorios.
Desde hace décadas el crecimiento demográfico empezó a
rebasar las posibilidades que tienen las economías y los gobiernos para dotar
de educación, salud, empleo, seguridad jurídica y pública a los ciudadanos,
problema que se observa tanto en los países pobres como en los países ricos,
basta ver el caso mexicano; casi el sesenta por ciento de la población vive en
pobreza, y de estos, el cuarenta por ciento en pobreza extrema, una población con
problemas de alimentación, de nutrición y carente de formación técnica para
incorporarse a una actividad productiva, el aparato productivo formal ya no
puede otorgar empleo a la gran cantidad de personas que lo demandan, un
problema que desde hace décadas esta propiciando el crecimiento acelerado de la
economía informal, y el surgimiento de una potente “economía de la
ilegalidad” generada por la delincuencia organizada, fenómeno indudablemente
derivado del excedente de hombres y mujeres de todas las edades, que no encuentran
un empleo formal en el aparato productivo, una situación que está obligando a
los estados a luchar contra un fenómeno que debemos considerar intrínseco al
modelo de producción de corte neoliberal.
La lucha del Estado contra la “economía de la ilegalidad”
se ve más que imposible de ganar por parte de los gobiernos, el inmenso gasto
en seguridad pública es mayor cada año y no garantiza la disminución de la “economía
de la ilegalidad”, que a decir verdad, es una consecuencia del modelo
económico global, de tal suerte que debemos considerarlo como un “submodelo
económico”, que se desarrolla con un comportamiento similar basado en la oferta
y la demanda, en el uso de tecnología e innovación, el submodelo “económico
de la ilegalidad” organizado empresarialmente, se desarrolla de forma
idéntica a la economía formal en sus objetivos de alcanzar los mismos
estándares de generación y concentración de riqueza. Es importante señalar que la
opinión pública no conoce qué porcentaje de la población mundial vive de la “economía
de la ilegalidad” y de la guerra, por lo que observamos a simple vista y debemos
considerar, son decenas de millones de personas insertas de manera directa e
indirecta, esta economía también goza de los mejores científicos, técnicos e
intelectuales que produce el sistema educativo mundial: agrónomos, químicos; tecnológicos;
ingenieros de todo tipo; financieros, analistas políticos, etc.
Por otra parte, el propio modelo económico global no
deja de alentar en la población mundial, estilos de vida basados en el consumo
masivo de todo tipo de objetos que alimentan la vanidad y efímera moda personal,
pareciera que la consigna de las empresas multinacionales es “que la población
crezca sin límite para que el mercado crezca”, y estas marcas mundiales puedan
vender más y más, no importa si el dinero con el que compran sus productos es
de procedencia lícita o ilícita, si es dinero producto del esfuerzo o está
manchado de sangre, si procede de actividades sustentables o de actividades
devastadoras del medio ambiente, los dueños de los capitales multinacionales no
repararan en cuestiones éticas, ni en moderar su sed de acumulación de riqueza.
Precisamente con este afán de acumulación de riqueza,
los dueños de los capitales mundiales continúan su lucha por acrecentar y
liberalizar más los mercados, para que el dinero tenga las facilidades
necesarias de moverse cómodamente por todo el mundo en busca de mayores riquezas,
por ello, casi al finalizar el siglo pasado, en 1994 se reunieron en Uruguay
los jefes de Estado de los países más desarrollados, y durante sus deliberaciones
para hacer un diagnóstico consensuado del comercio mundial, decidieron que el
GATT era una magnifica pero insuficiente herramienta para expandir las
fronteras comerciales, por lo que consideraron necesario crear una nueva
institución internacional, dotada de mayores elementos jurídicos para
desregular y flexibilizar más el manejo del mercado mundial, de esta forma en
esa reunión se propone la creación de la Organización Mundial del Comercio
(OMC).
La diferencia entre el GATT y la OMC radica en que el
primero fue un acuerdo general de política económica arancelaria, para la
apertura de los mercados al libre comercio, acuerdo basado en la rúbrica de una
Carta de Intención de muy bajo perfil jurídico internacional, es decir, un
instrumento de cumplimiento casi voluntario por parte de los países integrantes,
mientras que la OMC promueve la firma de instrumentos jurídicos como: convenios
y contratos basados en el derecho internacional, documentos diseñados
jurídicamente en función de necesidades muy específicas de las potencias empresariales,
instrumentos firmados por las partes comprometidas para brindarse mutua certeza
jurídica.
La Organización Mundial de Comercio aglutina a la
mayoría de los países adheridos originalmente al GATT, y los adheridos con
posterioridad a la propia OMC. Ambas instituciones han respondido positivamente
al interés de sus creadores, el de impulsar un sistema comercial mundial fuerte
y próspero para ellos, que les ha permitido lograr un crecimiento sin
precedente, pues para el año 2000 el intercambio comercial mundial creció 22
por ciento respecto al registrado en 1950, crecimiento en el que el GATT y la
OMC han jugando un papel muy importante.
Al respecto tenemos que observar que, si bien es cierto
que el comercio mundial ha crecido, también debemos señalar que los mayormente
beneficiados han sido los capitales de los países más productivos y
competitivos, ya que mediante diferentes formas de asociación y marcas, se han
venido adueñando de gran parte del mercado mundial, esto entraña reconocer que
ante la avasalladora mundialización del modelo económico impuesto por los
capitales más poderosos, la solución para los capitales de los países menos
influyentes y menos competitivos, no consiste en restablecer antiguas o nuevas
barreras al comercio global, esto los llevaría a un aislamiento económico que
terminaría en la quiebra de su esquema de producción económica y de mejoramiento
social. Probablemente parte de la solución radica en organizarse para fortalecer
más su figura de estados, participar organizados con mayor fuerza política en
los propios organismos internacionales, y tratar de establecer modificaciones
normativas que hagan más equitativas las reglas del intercambio comercial
mundial, aprovechando todo su potencial
en la identificación de áreas de oportunidad, donde puedan producir
competitivamente con otras economías en beneficio del mejoramiento económico y social
de sus poblaciones, desafortunadamente la organización de estos se ve muy
lejana.
Internamente, los países menos competitivos deben fortalecer
su figura rectora de estados, para propiciar una cuidadosa reducción de sus
tasas de crecimiento demográfico, sin violentar los derechos humanos y de
género, es decir, mediante el uso razonado de mecanismos educativos y culturales
bien diseñados, e invertir más y mejor
en educación, salud, ciencia, tecnología, formación de emprendedores e
infraestructura productiva.
Como sabemos, desde hace varios años México tiene una de
las economías con mayor apertura económica, pertenece al GATT; a la OMC; en el
2001 se adhirió al “Programa de DOHA[1]”
(creado para dar mayor certidumbre jurídica a las perspectivas comerciales de
los países miembros de la OMC); es pieza
fundamental en el Tratado de Libre Comercio con Norteamérica; en el año 2000
firmó un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, además de una muy
conocida lista de acuerdos y tratados firmados con otros países del mundo. Pero
la “fe” en la apertura de la economía nacional no termina con los protocolos ya
firmados, los gobiernos mexicanos continúan impulsando una gran actividad aperturista;
no es casual que un mexicano, José Ángel Gurría, ex-Secretario de Hacienda de
México sea el titular de la Organización para la Cooperación y Desarrollo
Económico (OCDE); que el ex-Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, sea un
importante consejero de la Organización Mundial de Comercio; que el titular del
Banco de México Agustín Carstens, sea miembro del Consejo Directivo del Grupo
Consultivo Regional para las Américas del Consejo de Estabilidad Financiera; y
que otro ex-Secretario de Hacienda Juan Antonio Meade, sea el actual Secretario
de Relaciones Exteriores de México.
Todos ellos juegan un papel fundamental en la apertura
de la economía mexicana, y en tratar de hacer que México sea para los países
latinoamericanos, el ejemplo a seguir en materia de crecimiento económico y
bienestar social basado en la apertura comercial, cosa que se ve muy lejana si
no se incrementa la productividad económica y se contiene el crecimiento
poblacional nacional, al que ahora se suman importantes dígitos y problemas
sociales, derivados de las corrientes migratorias de centro y Sudamérica.
Mientras tanto, como parte del TLC de Norteamérica,
México ve con muchas posibilidades su participación en el acuerdo de libre comercio
que negocian los Estados Unidos con Europa, a través de la llamada Asociación
Trasatlántica de Comercio e Inversión, esta posibilidad de que México sea parte
fundador de la asociación es muy importante para los capitales multinacionales
europeos, toda vez que buscan acercarse al mercado estadounidense pero no son
muy proclives a instalarse en el territorio norteamericano, siempre han
preferido el territorio mexicano por la nobleza de su legislación ambiental y
laboral, además del importante número de incentivos que ofrecemos a la
inversión externa como: la dotación de tierra, agua, infraestructura,
capacitación de mano de obra, exención de contribuciones fiscales, entre otros,
lo que sin duda representa para ellos mejores condiciones de competitividad, además,
los europeos están viendo grandes oportunidades de inversión en México,
concretamente en dos áreas: la industria automotriz y producción de energía
como la petroquímica y la electricidad.
En la ruta aperturista de México, también tenemos que mencionar
los acercamientos que el gobierno mexicano está teniendo con los países
miembros del Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP), valorando de
manera especial el interés que tiene China por invertir en Centro y Sudamérica,
interés que México trata de aprovechar por una parte, para beneficiarse de la
relación comercial que tiene con el país asiático, y obtener beneficios de esta
tendencia mediante la atracción de inversiones chinas, y por otra parte, tratando
de aumentar y diversificar sus exportaciones hacía ese país, pues por ahora,
las ventas mexicanas a China son menores y se concentran en muy pocos
productos, principalmente en el tequila y carne de cerdo. De estos afanes
aperturistas dan cuenta las visitas recíprocas realizadas en el 2013, entre el Presidente
chino X. Jinping y el Presidente Enrique Peña Nieto, cuyo tema principal de conversaciones
fue la posibilidad de que los capitales chinos vean con interés al sector
energético mexicano, una oportunidad de expansión surgida de la Reforma
Energética realizada por México en el 2013 y 2014.
Pero además, fue una propuesta de campaña de Enrique
Peña Nieto, liderar los esfuerzos de integración comercial de México con Centro
y Sudamérica mediante la Alianza del Pacífico, un acuerdo planteado desde hace
varios años principalmente por México, Colombia, Chile y Perú, donde los Estados
Unidos y Canadá permanecen como países observadores y primeros interesados en que
este acuerdo llegue a firmarse.
En síntesis los acuerdos en ciernes y el interés europeo
y chino por acercarse al mercado más importante del mundo integrado por Canadá,
Estados Unidos de Norteamérica y México, puede ser bien capitalizado por México
como un camino parcial en busca del crecimiento económico y la creación de
empleos para la población, pues esos países ven en México una importante
oportunidad en el desarrollo de: producción de energía limpia; extracción de
hidrocarburos y en la industria automotriz.
Por acuerdos México no para, tiene toda una baraja de
posibilidades, sin embargo, el gobierno mexicano no debe pensar en ser ejemplo
de apertura con el único propósito de ser tierra fértil para la inversión
rentable de capitales de las potencias economicas, tiene que fortalecer su
sector productivo nacional desde la producción de materias primas y alimentos, así
como su micro y mediana empresa. Aprovechar su apertura y las reformas
recientemente realizadas para reestructurar su modelo económico interno, haciendo
más y mejores negocios con el mundo, pues del 2010 al 2012 las exportaciones a
Europa se incrementaron de 14.4 a 21.8 mil millones de dólares, y si bien para principios
del 2014 disminuyeron a 19.8 mil millones de dólares, la tendencia apunta más
al crecimiento que a la reducción, y una estrategia importante para mejorar el
crecimiento y la diversificación del importe anual de los negocios, está basada
en cuatro puntos que a mi juicio son centrales:
UNO. Hacer más productivo el sector primario, como
fuente abastecedora de materias primas y alimentos, mediante un proceso
sostenido de capitalización y modernización de las unidades productivas
existentes, crear más empresas agropecuarias rentables, e ingresar a la etapa
de conformación de agroparques, clústers, y otras formas asociativas empresariales
para ofrecer al mercado nacional y externo, una importante gama de alimentos nacionales
industrializados, avanzando en la sustitución de importaciones de bienes de
consumo inmediato y de materias primas.
DOS. Impulsar una estrategia para el fortalecimiento de la clase media urbana y rural, mediante el
mejoramiento de la productividad y competitividad, que impulsen el poder
adquisitivo y la calidad de vida, incentivando el consumo sin endeudamiento
bancario para propiciar un ciclo económico sólido, estable y duradero.
TRES. Invertir más y mejor en educación, salud, ciencia,
tecnología e infraestructura productiva.
CUATRO. Implementar políticas públicas educativas y
culturales, con pleno respeto a los derechos humanos y a la equidad de género,
para reducir el índice de crecimiento poblacional.
Estos cuatro pasos esenciales, que
no son los únicos, son los que pueden darle sentido al hecho de que México
tenga una de las economías más abiertas al libre comercio mundial, sobre todo,
ahora que entre finales del 2013 y el 2014, se están consolidando las reformas jurídicas
transformadoras que le darán mayor flexibilidad a la economía nacional, reformas que oxigenan el potencial productivo
del país generando la revitalización de su ciclo económico, en busca del
crecimiento y el mejoramiento social de la mayoría de su población.
Agosto
2014
[1]
En noviembre del 2001, en Doha, Qatar, se celebro la cuarta conferencia
ministerial de la OMS, de donde surgió una declaración conjunta planteando la
necesidad urgente de Reformar el Sistema Internacional de Comercio.
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