Después
de 11 años, el pasado 15 de enero el gobierno federal y las organizaciones
campesinas de distintas filiaciones partidistas, volvieron a celebrar la
promulgación de la Ley Agraria de 1915, aquella Ley redactada por el poblano
zacateco Luis Cabrera, y que se basaba en el Plan de Ayala y el Plan de San
Luis, restituía las tierras y el agua a los campesinos oprimidos y explotados.
Si
bien es cierto que el latifundio que se vivía en México se edificó sobre el
despojo de tierras, y que durante su vigencia como modelo de producción agropecuaria,
estuvo basado en un esquema de trabajo injustamente remunerado y respaldado por
un régimen político dictatorial, también es cierto que el latifundio fue un
modelo de economía sectorial rentable, que mantenía en crecimiento una economía
nacional que generó importantes logros, principalmente grandes obras de infraestructura
en comunicaciones terrestres y transporte ferroviario, desarrollo urbano, obras
de almacenamiento de agua, entre otros.
La
Revolución Mexicana protagonizada por el campesinado de México y sus dirigentes
populares, triunfó y restituyó con justicia las tierras y aguas a los grupos
agrarios, creándose la propiedad social, y elevando a la mayoría de los
mexicanos de peones a productores agropecuarios ejidatarios y comuneros.
Pero
esa destrucción simple y llana de la estructura latifundista productiva, no
consideró dotar a los nuevos productores de una organización productiva, de
capacitación, herramientas y tecnología, para que pudieran sostener los niveles
de productividad y rentabilidad de las
tierras, con esta transferencia inconclusa de la tierra, se fueron extinguiendo
las unidades productivas que había creado el auge del feudalismo tardío
mexicano.
Hoy,
a 98 años de distancia de la promulgación de la Ley Agraria por Venustiano
Carranza, los análisis y comentarios que escuchamos o leemos, están llenos de buenas
intenciones, como los que dicen: “Tenemos que hacer algo para sacar adelante a
los millones de pobres que viven en el campo”, discursos o artículos analíticos
y enjundiosos pero vacíos e imprecisos.
Cuando
la retórica oficial, académica, de los expertos o del ciudadano ilustrado
común, habla del campo mexicano, proyecta una imagen en la que vemos al hombre
o mujer del campo en su imagen paupérrima y abstracta, que más que preocupación
parece inspirar compasión y piedad.
Para
que el sector rural deje de ser para la
sociedad una especie de quimera, debemos aprender a mirarlo y considerarlo de
una manera distinta, reivindicar la figura del productor rural como ser social,
con necesidades extremas pero también con derechos constitucionales,
capacidades y competencias potenciales.
Es
importante señalar, que el campo no es algo remoto, un lugar imaginario alejado
de nosotros, el campo es nada más y nada menos, que el sector primario de
nuestra economía, es nuestra fuente de alimentos, la estabilidad de nuestra
economía y del bolsillo de cada mexicano.
Necesitamos
reaprender a mirar el campo como algo mucho más cercano a nosotros, a la
familia de cada uno, a nuestro bienestar cotidiano, y si permitimos que
continúe en su condición de postración productiva, estaremos aceptando que el
país continúe comprando al extranjero casi la mitad de lo que necesitamos para
vivir. El campo es tan cercano a nosotros, que si no produce lo necesario, la
deuda del país y el déficit público irán creciendo más y más, si el campo no
produce lo que necesitamos, los alimentos irán escaseando y aumentando de
precio cada día.
También
debemos aprender a mirar el ámbito rural no como un campo de batalla desolado y
triste, sino como un territorio lleno de recursos naturales, de actores
productivos, capaces de lograr con autosuficiencia su propio desarrollo
económico, cultural y contribuir al progreso social general.
Debemos
considerar que si una economía, cualquiera que ésta sea, no tiene un
crecimiento armónico, equilibrado y orgánico entre sus sectores –agropecuario,
industrial y de servicios-, siempre será una economía incompleta y con
problemas graves, la deficiencia de cualquiera de sus sectores termina afectando
gravemente a los demás, y hundiendo a la economía y la sociedad en una crisis
profunda y de graves consecuencias.
De
tal suerte, que debe quedarnos claro a todos los mexicanos, que el crecimiento
de la economía nacional, la solución a nuestros problemas de pobreza, desempleo
y el anhelado desarrollo social, necesaria e irremediablemente pasan por
resolver a la brevedad posible, la situación que vive el sector primario de
nuestra economía nacional, además de reducir la tasa de crecimiento demográfico
en el campo y las ciudades.
Este
es un gran reto para nuestra sociedad, para todos, pero también una oportunidad
histórica, para ello debemos aprovechar el nuevo clima de modernidad democrática,
aperturado con el arribo de Enrique Peña Nieto al Gobierno de la República, y hacer del territorio nacional la base de la
planeación participativa y prospectiva, congruente con las vocaciones
productivas y cadenas de valor de cada región del país.
Para
asumir este reto es necesaria una visión colectiva del problema, trabajar
coordinadamente los tres órdenes de gobierno, generar una nueva estructura
organizacional de los productores, con fines productivos y no políticos como
hasta ahora, y segmentar la estrategia en cuando menos dos áreas de trabajo:
El minifundio o propiedad social. Como primer área de trabajo con las siguientes
acciones, según la región, las vocaciones productivas y las cadenas de valor:
1. Generar
organizaciones con fines productivos.
2. Implementar
un programa nacional de mejoramiento de capacidades productivas mediante el
extensionismo rural.
3. Impulsar
la asociación empresarial de los productores por eslabón y cadena de valor.
4. Reconversión
y diversificación productiva con mejores prácticas y tecnología rentables y
sustentables.
5. Estrategia
de conformación de unidades productivas para la consolidación de volúmenes con
calidad homogénea.
6. Impulso
al crédito social para la capitalización de productores y unidades productivas.
7. Asesoría financiera con información de mercados por unidad productiva o cadena de valor.
8. Centros
de acopio tecnificados y como unidades de administración de las ramas de
producción.
9. Conformación
de cooperativas de insumos y servicios para la producción.
10. Venta
de la producción por contrato.
Pequeña propiedad. Como
segunda área de trabajo, con las siguientes acciones, según región, vocación
productiva y cadena de valor:
1. Recuperar
el concepto de pequeña propiedad como unidad productiva de inversión privada
rentable y generadora de empleos (si no se reconoce y valora correctamente esta
estructura productiva, se partirá de una estrategia incompleta).
2. Realizar
un registro nacional de unidades productivas de pequeña propiedad: agrícolas,
ganaderas, forestales, etc.
3. Realizar
un diagnóstico de su estatus productivo (rentabilidad, necesidades tecnológicas
y financieras).
4. Elaboración
de un plan de restauración productiva e impulso de la pequeña propiedad.
5. Conformar
asociaciones de pequeños propietarios por rama o sistema-producto para la
consolidación de volúmenes.
6. Mejoramiento
de capacidades productivas mediante asistencia técnica (información
administrativa, mejores prácticas, información tecnológica, información de
mercados, etc.)
7. Diseño
y acceso a mejores canales de comercialización.
8. Impulso
a la creación de servicios de apoyo a productores (asesoría en proyectos,
proveeduría de insumos, logística de transporte, transformación, etc.)
9. Construcción
o financiamiento de infraestructura productiva (centros de acopio tecnificados,
obras de retención de agua, etc.)
10. Agricultura
por contrato y financiamiento para empresas de transformación.
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