Los
días 20, 21 y 22 de junio de 2012, el grupo de las 20 economías más
desarrolladas del planeta se reunieron en Los Cabos, Baja California Sur,
México, para deliberar sobre la situación económica que priva en la integración
económica comúnmente conocida como la “Eurozona”.
Como
es sabido, la Eurozona es un proyecto de 17 países que comparten una misma
moneda (el euro), pero que son economías muy distintas en sus vocaciones y
potencial productivo, su modelo de integración ha venido generando problemas
financieros cíclicos, que son producto de la desigualdad económica y de la
inexistencia de una política económica integral rectora del bloque.
Esto
propicia que las reuniones del G-20, como se le conoce mundialmente, tengan
como propósito central, analizar y resolver los principales problemas de la
integración económica. En Los Cabos se enumeraron, entre otros: la falta de
crecimiento económico sostenido y equilibrado, los crecientes y alarmantes
índices de desempleo, la presión de las empresas por establecer medidas
proteccionistas, todo en una zona donde el marco de acción de la integración es
el libre mercado.
La
situación es apremiante porque la crisis
que se instaló en el 2008 en la mayoría de las economías del G-20, ya provocó
efectos alarmantes en cuando menos tres de ellas: Grecia, España e Italia. Según
la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el desempleo afecta a 21.3
millones de personas en la zona y la peor noticia es que la mayoría de los
desempleados son jóvenes que están experimentando una desocupación de larga
duración, lo que trae consigo una frustración social destructiva hacia ellos,
sus familias, el entorno social en que viven, y efectos en las instituciones
del derecho y el orden público.
Pascal
Lamy, director de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en el mismo marco
de la reunión del G-20 en Los Cabos señaló con preocupación que “existe mucha
presión de los negocios para reinstalar nuevas medidas proteccionistas”, asimismo,
estimó que el comercio global está en declive, pues el registrado entre 1990 y
2008 fue del 6%, y para finales del 2012 será únicamente del 2.3%, incluso
inferior al promedio registrado en los últimos 20 años, que fue del 5.5%. Esto
habla de una crisis sumamente grave para la comunidad mundial por falta de
empleo y de ingresos. La propia directora del Fondo Monetario Internacional,
Cristine Lagarde, se refirió a esta situación en la eurozona como de “incierta
y frágil”.
Aunque
la situación es muy grave, no sólo para ellos sino para la economía mundial, o
sea para todos los países, las medidas que se tomaron en la cumbre del G-20 cayeron
más en el terreno de las buenas intenciones que en un programa de acciones
correctivas concretas. Entre los acuerdos destacan: asegurar la estabilidad de
la eurozona; apuntalar el crecimiento global, restaurar la confianza en los
mercados, crear un sistema de información del mercado agrícola, intensificar la
lucha contra la corrupción, promover el crecimiento verde, favorecer el
crecimiento del empleo, incrementar los recursos crediticios del FMI y no
aplicar medidas proteccionistas hasta 2014.
Esto
fue lo más sobresaliente, y todos los asistentes a la cumbre de Los Cabos,
México se declararon comprometidos con adoptar todas las medidas de política necesarias
para atender los riesgos de corto y mediano plazos.
Esto
significa que Europa refrenda su confianza en el sistema de libre mercado, como
el mecanismo más idóneo para continuar subsistiendo con decoro, un esquema
económico que cada día va agotando los espacios para medidas de política
económica monetaria y postergando dificultades económicas y sociales que van generando
una situación social de desesperanza que amenaza con sepultar este sistema
algún día. Y es que de nada sirve que el FMI tenga más recursos crediticios si
van a servir por un lado para endeudar más a los países que ya padecen
problemas financieros graves, y por otro lado generará mayores utilidades para
las economías y empresas ávidas de obtener ganancias a costa de los desvalidos.
Esto
nos hace pensar una vez más que el tránsito por el neoliberalismo, o sistema de
libre mercado, es un camino sinuoso que nos va conduciendo por la penumbra
económica hacia el fondo incierto de una extensa caverna; un camino empedrado y
lleno de salteadores de caminos donde el capital especulativo hace las veces
del villano peligroso que va despojando de sus legitimas ganancias y ahorros al
empresario productivo.
La
confianza que el G-20 pretende restaurar no es más que atenuar y hacer menos
brusca la volatilidad del capital especulativo, cuyo dinero ficticio, que tiene
por motor la corrupción del sistema financiero bursátil, está sobreexplotando y
extinguiendo la estructura financiera del capital empresarial, el único que
produce bienes y servicios para consumo que la comunidad internacional requiere.
En
este mismo sentido, los asambleístas del G-20 admitieron que “la corrupción
obstaculiza el crecimiento económico, amenaza la integridad de los mercados, socaba la competencia justa,
distorsiona la asignación de recursos y destruye la confianza pública”. Qué más
puede decirse al respecto. El sistema de libre-mercado engendra estos espectros
que amenazan con crecer y devorar el sistema económico mundial. A ellos se suma
el incontenible crecimiento demográfico de los países más pobres, población
empobrecida cuya movilidad, impulsada por
la falta de oportunidades y hambre, tiende a romper fronteras geográficas en su
busca de empleo o alimentación obtenida lícita o ilícitamente. Esto exacerba
las preocupaciones del G-20, pues su estatus de países paraíso, se ve más
amenazado.
David
Cameron, primer ministro de Gran Bretaña, sentenció esto diciendo que es muy
urgente dar seguimiento a todos los acuerdos, para disminuir “los riesgos del
alojamiento y prolongación de la crisis europea”. Sin duda tiene razón, pero
las medidas que están dispuestos a adoptar son estrictamente monetarias: consolidación
financiera, políticas fiscales en la zona, capitalización financiera del FMI. Es
decir, préstamos y medidas rentistas para el rescate de sistemas bancarios y
las finanzas públicas de algunos estados como los casos de España y Grecia,
respectivamente, pero que al final hacen más fuerte a los países fuertes, y más
débiles a los débiles. Ninguna solución de fondo que genere equidad o
equilibrio estable y duradero.
Sólo
paliativos que se vislumbran como una gran crisis del sistema económico
europeo, crisis que seguramente será general en Europa y afectará de distinta
forma a los países de todos los continentes.
El
capital productivo que genera empleos es cada vez menor, comparado con el
capital especulativo que reina en esos países, capital al que no le importa el
empleo ni el mercado de bienes y servicios. Su virtud es hacer magnates sin
empresas, sin problemas laborales ni reparto de utilidades y que, peor aún, evaden
impuestos o generan actos de filantropía para recuperar lo que ocasionalmente
aportan al erario de sus países.
Entre
las economías fuertes que aún mantienen
cierto equilibrio entre capital productivo y especulativo, está la economía de
Alemania, país que ha tomado liderazgo y se conduce con precisión aprovechando
los problemas de otros países, tiene un importante y potencial capital
productivo, maneja con transparencia y rigidez su sistema financiero bursátil,
está creciendo en su producto interno bruto, no tiene problemas graves de
desempleo y es un país prestamista al que le conviene que otros países caminen
por la senda de la improductividad, el derroche y la pérdida de tiempo en
politiquerías; al final estos países son sus mejores clientes y así será por
varias décadas.
La
reunión del G-20 en Los Cabos, también fue el marco idóneo para que el primer
ministro de Gran Bretaña ratificara que “no se unirán al sistema de divisa
única europea”. Claro, ¿por qué habrían de hacerlo?, pues si hay un país donde
el liberalismo económico aún funciona es en el Reino Unido, aunque ello no
evita frecuentes contradicciones entre sus miembros, y a veces tan fuertes que
uno se pregunta: ¿Cuánto durará esa unidad monárquica? Quizás algunas décadas más,
pues los gérmenes de la descomposición están creciendo. Los países menores,
Escocia y Gales, no se sienten como hijos protegidos del Reino Unido; más bien están
acusando frecuentemente los efectos de la supremacía que ejerce Gran Bretaña
sobre sus economías.
Barack
Obama, quien representa el centro de poder del imperialismo, asistió prácticamente
como oyente a la reunión del G-20, escuchó y vio cómo Europa ponía sus
problemas sobre la mesa de lamentos y condolencias se afligió por los apremios
de España, Italia y Grecia y se limitó a postular que “el reto que tiene Europa
no lo resolverá el G-20, ya que las soluciones tendrán que debatirse y
decidirse como corresponda a los líderes y pueblos del viejo continente”. Una
intervención muy lacónica y yo diría que hasta desafortunada que debe
considerarse como un deslinde, pues esto de que cada uno resuelva sus problemas
es muy cómodo. Entonces uno se pregunta:
¿para qué forma parte y asiste a las reuniones de los organismos
internacionales?
Claro,
los Estados Unidos tienen sus propios problemas y no son menores. Quizá eso quiso decir el primer mandatario
estadounidense, quien prefirió abstenerse de ventilar sus agobios en una mesa
que reúne la atención mundial, porque, en mi opinión, los Estados Unidos no
pasan por un mejor momento que Europa, para nadie es un secreto que su deuda
pública ya es más grande que su producto interno bruto, y la especulación
financiera asociada a la corrupción está reduciendo la productividad y
competitividad de la aún primera
economía del mundo. Esto lleva a concluir que Estados Unidos tiene que
cuidar a toda costa, tanto su economía como el escaso prestigio que aún tiene como
jerarca del imperio capitalista, por eso se comporta como paladín de la
democracia, espía internacional y policía del mundo.
Por
lo que respecta a China, habrá que tratarla aparte. Su capitalismo de Estado
mantiene en ascenso sus inversiones eminentemente productivas y una economía donde no hay lugar para la especulación
rentista artificial, y, aunque con un déficit público que crece a niveles
alarmantes, se beneficia del libre mercado y la falta de productividad de
Europa y América, pues en este marco de libre competencia, leal o desleal, es
el rey de las ventas, los mercados mundiales y el de mayor crecimiento
económico.
Hacer
un análisis sin abordar el caso mexicano no tendría mayor interés, máxime
cuando México es parte del G-20, fue anfitrión en la reunión de Los Cabos, y
ahora es prestamista de recursos para la capitalización financiera del FMI, un
hecho relevante que habla de la salud financiera de las reservas
internacionales y de una política monetaria bien manejada. Sin embargo, de
ninguna manera debe interpretarse esto como que México pasa por un buen momento
económico frente al mundo, pues el catarrito
que Agustín Carstens diagnosticó en el 2008 se volvió crónico, y aunque no requirió
terapia intensiva -para hablar en
términos del doctor Carstens-, la economía no crece y está generando un
problema social de grandes proporciones por
el desempleo, subempleo, pobreza y descapitalización del sector productivo. De
esto hablan casi a diario importantes
analistas económicos en todos los medios nacionales de comunicación.
El
único acierto del gobierno mexicano de la última década, ha sido mantener baja
la inflación y la flotación del peso frente al dólar, lo que ha evitado devaluaciones
bruscas y frecuentes. Sin embargo, como promotor del crecimiento económico y el
desarrollo social, el gobierno surgido del Partido Acción Nacional ha tenido su
mayor fracaso, con un costo social y
político que lo llevó a perder la presidencia de la república en las elecciones
federales del 1 de julio de 2012.
El gobierno mexicano
debe de construir un modelo de crecimiento económico basado en una inversión pública
estratégica y prospectiva que se ubique en áreas de oportunidad productiva,
propiciando un equipamiento con infraestructura que permita atraer la inversión
privada y generar inversiones que incrementen la productividad, la generación
de riqueza y empleos, para esto tendrá que mejorar su visión y planeación a fin
de ubicar en su territorio las vocaciones productivas que pueda desarrollar
mediante la integración de cadenas de valor. Esto implicará crear una nueva
regionalización socioeconómica del país, una nueva ley de planeación y una
nueva ley de presupuesto, para que pueda generar inversión pública concurrente
entre sus dependencias, tener presupuestos multianuales y un trabajo sostenido
en el corto y mediano plazos, a efecto de arribar a la segunda mitad del
presente siglo como un país realmente en vías de desarrollo integral y como
socio respetable de las economías más importantes del mundo.
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