Dice
un conocido diccionario de términos parlamentarios que el concepto “asesor”
proviene del latín: “assessor”, “oris”, “assidere”, que significa asistir,
ayudar a otro.[1]
Parafraseando el documento citado podemos decir, que asesor es “un técnico o
profesional especializado en asuntos <<parlamentarios>> y sus ramas
afines, cuya función es estudiar, analizar, opinar y aconsejar sobre los casos
que le son encomendados hasta que éstos se encuentran en estado de <<trámite
o resolución legislativa>>[2]
En
el párrafo anterior el encorchetado es propio para hacer notar la relatividad
del concepto en la obra citada, toda vez que la definición que emplea se
refiere específicamente a los asesores parlamentarios, cuya función en el
ámbito legislativo mexicano está regulada por la Ley Orgánica del Congreso
General de los Estados Unidos Mexicanos, sin embargo, también hay que decir que
existen asesores en los demás poderes y en los distintos órdenes de gobierno, todos
regulados por sus respectivas Leyes Orgánicas o Reglamentos Internos, además,
existe una infinidad de asesores y consultores en el ámbito privado y social,
cuya función se rige por contratos sancionados por los Códigos Civil, de
Comercio y Penal.
Acotado
el concepto, nos permitiremos hacer algunas reflexiones referentes a las
funciones administrativas y políticas que en general tienen los asesores del Poder
Ejecutivo, en cualquiera de los órdenes de gobierno, para este poder un asesor
debe ser de principio a fin un consejero, un orientador y un especialista que promueva
la reflexión previa a la toma de decisiones, la misión del asesor es cuidar el
poder mismo como figura constitucional y el ejercicio exitoso de este poder,
por tanto, en el ámbito laboral y en el ejercicio de sus funciones, el asesor
no debe tomar partido por una u otra corriente de opinión al interior del poder
al que sirve, tampoco ser una persona que sonría y asienta a todos, ni debe
inclinarse por las preferencias de gustos, filias o fobias políticas y
administrativas. El asesor es un intelectual político y operativo que cuida los
procedimientos legales y legítimos del ejercicio del poder, así como las formas
y calidad de la gestión de quien ejerce el poder ejecutivo, por tanto, el
asesor no es un político pragmático con afanes de popularidad.
Por
eso, es importante mencionar que la persona o personas que buscan incorporarse
a una actividad de asesoría, no son aquellas que andan buscando relaciones o
influencias para acumular popularidad o dinero; son aquellas que desde su
formación intelectual buscan apoyar e influir en la conducción de un proyecto
político y económico gubernamental en busca de una mejor sociedad.
Además
de su formación intelectual ideológica, técnica y política, el asesor debe
conocer el valor de la amistad, la lealtad y la institucionalidad
constitucional, a partir de ahí se vincula a los proyectos que le permiten aportar
opiniones, decisiones e innovaciones con el propósito de impulsar el desarrollo
integral de la sociedad, y en el desempeño de esta actividad y los resultados
que de ella se van derivando, el asesor va mostrando sus valores, convicciones y
la congruencia entre sus ideas y sus actos.
El
asesor es una persona que debe aprender del pasado, leer correcta y
oportunamente las tendencias del presente, mirar hacia el futuro y diseñar
prospectivamente directrices pertinentes y viables, previniendo los obstáculos
naturales y los intencionales de quienes se oponen al proyecto puesto en marcha
por la sociedad.
El
asesor no es adivino ni mago, es un trabajador profesional que con sus
herramientas teórico prácticas intuye, escucha, investiga, reflexiona, concluye,
opera e influye sigilosamente, para remover obstáculos y mantener o reencauzar
el rumbo del proyecto social, sin distorsionar, interrumpir o desestabilizar el
proyecto que tiene por misión ayudar a conducir a buen puerto.
El
asesor no es influyente por cuanto habla, si no por lo que construye, por la
delicadeza y calidad de los asuntos que atiende a encargo de quien preside el
poder. El asesor no acepta ni practica el servilismo, su honradez intelectual
se lo impide, tampoco ejerce su capacidad de influencia con ligereza o soberbia,
porque priva en él el sentido de responsabilidad política, económica y social.
El asesor conoce la prudencia y la moderación, y por más importante e
influyente que parezca, no puede ni debe sobreponerse a la razones de estado o
de gobierno, a las instituciones, no puede usurpar funciones o jugar con la dignidad
de las personas.
El
asesor nunca dice “sí señor; sí señor” o “no señor; no señor”; a diferencia de
otros funcionarios, el asesor arriesga su posición y dice lo que ve, lo que
escucha, lo que piensa, lo que siente y sus conclusiones, si es necesario discutir
con quien detenta el poder lo hace, lo contradice, lo llama a la reflexión, y
si tiene que obedecer replegado por el “principio de autoridad constitucional”,
siempre deja constancia de su desacuerdo sin romper su compromiso institucional
con el proyecto y con quien preside el poder, porque siempre habrá la
oportunidad de enmendar y será el primero en ser llamado para ello.
El
navío del poder ejecutivo nunca debe naufragar por miopía política, si encalla
es porque el timón estaba en manos de la vanidad, la ignorancia y su eterna
compañera la soberbia, que es causa de las mayores desfortunas de un proyecto
político, económico o social en sus muy variadas escalas.
El
asesor es una extensión del poder real, de la voz que ordena, de la templanza
que negocia y convence, de la mano que firma quien legalmente detenta el poder,
por eso se dice que el asesor es el poder tras el trono, una mano discreta en
el tratamiento de asuntos que requieren decisiones e instrumentación discreta, complicada,
pero legal.
Tomar
valientemente una decisión e instrumentarla oportuna y adecuadamente, puede despertar
resistencias, inconformidades e incluso lucha de intereses, que con diálogo político
pueden irse atenuando y resolviendo en beneficio de la sociedad. Una buena decisión
tomada a tiempo genera efectos positivos para la seguridad, estabilidad y
bienestar de la sociedad. Una decisión tomada de manera tardía e instrumentada
a medias, y sin política de por medio, sin diálogo, puede resolver a medias un
problema, pero el no tomar e instrumentar una decisión por temor a las
resistencias, a corto o mediano plazo genera un estado de emergencia y daño
estructural para el patrimonio social.
El
asesor es un hombre discreto, ensimismado, que habita en la atmosfera de la
abstracción del poder político, acuerda los asuntos de interés público a puerta
cerrada, aquellos que tienen que ver con la seguridad, la estabilidad y el
bienestar de la sociedad, por eso solamente habla con quien tiene que tratar un
asunto del universo de temas que lleva en su agenda.
Se
dice que el asesor es el estelar de las sombras palaciegas, quizá, porque es el
primero en llegar por la mañana y el último en salir por la madrugada, el
asesor es fantasmal, camina solo, se mueve libre, no forma parte de las comitivas,
no asiste a giras políticas, no aparece ante el gran público, no emite anuncios
espectaculares ante los medios de comunicación. Tiene mirada periférica, la
mente y la atención no casi en todo, “está en todo” lo que la vista, el oído y
la mente de su jefe, por razones del ejercicio del poder, el desgaste y la
adulación, no puede observar ni atender.
El
asesor no necesita invitación para aparecer en cualquier momento en una reunión
que le compete, tampoco advierte a nadie de su salida, por eso a menudo es
calificado o descalificado como “el lado obscuro del poder”, porque siempre está
eclipsado por el brillo radiante de quien fue electo constitucionalmente para
el ejercicio del Poder Ejecutivo.
El
asesor no es todólogo, es un profesional sensible que cree en la formación
profesional, en la capacidad creativa, en el intelecto y la bondad de las personas,
cuando se trata de integrar un equipo de trabajo tiene la capacidad para elegir
a los mejores que puede, no le teme ni es celoso de la formación profesional o
capacidades intelectuales de los demás, por el contrario, aprende de ellos,
busca que cada persona del equipo tenga un desempeño idóneo y que comparta y
aporte su visión de futuro al proyecto político al que tienen la oportunidad de
servir.
El asesor debe ser el primero en ofrecer su capacidad para generar un
clima laboral y una dinámica de trabajo adecuados, donde cada integrante del
equipo sea una fortaleza temática especializada, que aporte su mayor conocimiento
y habilidad técnica al capital intelectual colectivo, para propiciar una praxis
holística del ejercicio político, la administración y la gobernabilidad públicas,
materia del poder ejecutivo en general.
El asesor es valorado por algunos, reconocido por los menos, envidiado y vilipendiado por los más, por aquellos que quisieran tener esa cercanía con quien detenta el poder, por quienes quisieran tener oídos para escuchar lo que sugiere o consulta cuando susurra al oído del titular del poder público, o de quienes quisieran ver lo que hace cuando vuelve a ocupar su lugar en el ámbito de la soledad palaciega.
Sin
embargo, para el asesor no todo es un mundo de poder y felicidad, sobre sus
hombros pesa la responsabilidad y la delicadeza de los asuntos, y cuando algo sale
mal, tiene que asimilar estoico el susurro, la crítica, el “fuego amigo” y “la
grilla” de sus detractores, por eso en su velado mundo de discreción y reflexión
profunda, también existen los “ajustes de cuentas” políticas, que nada tienen
que ver, ni ameritan violencia alguna, pero siempre son un recurso de
reafirmación y consolidación del peso adquirido en el ámbito del trabajo
profesional.
Cuando el asesor concluye plena o circunstancialmente su tarea en un proyecto político, está listo para transitar a su mundo de tenues sombras, donde se reinventa para reaparecer en los entretelones de otro proyecto político, con su estilo y quehacer incansable de ser una herramienta al servicio del poder público.
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