EL REGRESO DEL PRI A LOS PINOS
Después de la elección del 2000, muchos pensaron que la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) seria por 25 o 30 años. Muy pocos le auguraban una pronta recuperación. Incluso, los panistas más apasionados y entusiastas decían que venían sus setenta años de gobierno; claro, habían sido oposición destacada y pertinaz, pero no tenían la experiencia de gobernar, y para hacerlo se requieren muchas cosas más que ganar una elección y sentarse en la codiciada silla del águila en Palacio Nacional.
El PRI surgió en 1929 de un movimiento revolucionario liberal, y sus militantes, hombres y mujeres, están formados en esa tradición ideológica. Cuando perdieron la Presidencia de la República no perdieron la vertical ni buscaron un muro para desahogar sus lamentaciones. La principal virtud del PRI fue respetar la institucionalidad que había creado como partido en el poder, aceptar los resultados, reconocer y asumir su tercer lugar. Ponderó su peso y su fuerza política nacional, hizo un recuento de sus presidentes municipales, diputados locales, gobernadores, diputados federales y senadores, y llegó a la conclusión de que si bien había perdido la Presidencia de la República, tenía una gran presencia política en todo el territorio nacional. Se puso de pie y encaró las circunstancias, estilo y formas del nuevo gobierno de la República.
En lo conceptual, el priismo abrevó en su ideología, refrescó sus heridas en la experiencia, y encontró su mayor fortaleza de lucha en su intensa identidad histórica, en su trayectoria nacional constructiva, en su tradición institucional y en la disciplina de una militancia conformada por millones de mexicanos de todas edades que son parte viva de un pueblo cuya cultura está llena de mitos, creencias, fe y esperanza, valores que forman la mística idiosincrática casi sagrada del pueblo mexicano.
En lo político, el PRI se asumió como lo que nunca había sido: partido de oposición. Pero supo conjuntar en una misma mesa los distintos grupos que en aquel momento lo conformaban. Al dolor de la derrota abrió el dialogo interno y depuró fobias y filias interinas, realizó un análisis situacional colegiado, cohesionó sus distintas expresiones y, con humildad, reconoció su condición de partido grande, aunque avasallado por excesos y errores cometidos durante décadas por algunos de sus cuadros más destacados.
En lo estratégico y prospectivo, el PRI, dolido por el escarnio público de la nueva militancia en el poder, levantó la mirada, ubicó su horizonte y, con una crítica mordaz a cuestas, lejos de buscar la diatriba fácil o su mortaja de arena en la zona de tablas, con mirada fija y clara convocó a sus huestes, dialogó con ellas y elaboró un planteamiento táctico de reconstrucción y lucha en busca de la gloria electoral por la vía democrática, civilizada y pacífica de las urnas.
En lo interno, el PRI convocó a sus liderazgos regionales, estatales y municipales. Con dialogo razonado concilió las expresiones políticas, curó las heridas de candidatos a diputados y senadores que se habían quedado en el camino. Operación cicatriz en la que el PRI no solamente es bueno, es excelente. Un trabajo en el que los gobernadores jugaron un papel fundamental. Y empezó la reorganización de la estructura sectorial y territorial en cada entidad federativa y en cada uno de los dos mil cuatrocientos municipios del país, porque el PRI tiene comités municipales y estructura sectorial y seccional en todos los municipios del territorio nacional.
Por primera vez en su historia, realizó una consulta a la base militante para elegir al Presidente del Comité Ejecutivo Nacional, quien además de su investidura haría las veces de jefe máximo del partido, cargo que por tradición, desde el Presidente Lázaro Cárdenas del Río hasta Ernesto Zedillo, era ocupado por el Presidente de la República. En la consulta todo salió más o menos bien, y Roberto Madrazo Pintado fue la figura emanada del consenso. Sin embargo, la sombra del caudillo lo exorcizó y empezó a mover el partido para tejer y preparar la autocandidatura a la Presidencia de la República. Así fue, aunque esta baladronada no gustó a muchos pues sentían que este albazo perfilaría al PRI recuperado y en pleno proceso de reconstrucción a una nueva derrota.
En la elección del 2006 la fortuna no le dio el triunfo, repitió su nada honroso tercer lugar, y comprobó nuevamente que el absolutismo y la simulación crean un mundo ficticio. No obstante, el nuevo fracaso también le dio la oportunidad de probar la fortaleza de sus reconformadas estructuras internas, de valorar el nivel de competitividad alcanzado en los días aciagos. Su fortaleza interna estaba casi reconstruida, pero había que trabajar más en la unidad de criterios y la visión colectiva de futuro, para que sus cuadros más conspicuos no fueran asaltados por tentaciones caudillistas antidemocráticas.
Pasada la elección del 2006, las primeras preguntas que se hizo el PRI fueron ¿por qué y para qué regresar a la Presidencia de la República? Preguntas que tuvieron muchas respuestas, que podrían sintetizarse en una frase muy partidista invocada por uno de los aspirantes a la candidatura por la Presidencia de la República, Manlio Fabio Beltrones: “primero el programa y después el candidato”. Nadie se opuso a esta sentencia prudente y sensata. Era claro que primero había que definir un proyecto de país, interpretando y consensuando con la sociedad, y después buscar a la persona capaz de transportar ese ideal en acciones de gobierno que hicieran realidad los anhelos de la sociedad mexicana.
Con la nueva lección aprendida, con unidad interna, con la experiencia a su favor y con los mejores recursos de planeación política prospectiva, decantados de su legendaria doctrina y de ser la escuela política más antigua de México, el PRI puso la mirada en el primero de julio del 2012, y con el programa estratégico en mano inició el trabajo por distintos frentes: en los municipios, los distritos, las entidades federativas; movió su estructura territorial y sectorial; atacó desde las regidurías y sindicaturas en los gobiernos municipales; en las cámaras legislativas locales; en la cámara baja del Congreso de la Unión y en el Senado; desde múltiples puntos inició la marcha ascendente hacia Palacio Nacional, y con una potestad inquebrantable se fue preparando para la contienda electoral.
Varias figuras políticas levantaron la mano solicitando que se les considerara en la lista de aspirantes a la candidatura por la Presidencia de la República. Lo que se veía venir no era nada fácil para la dirigencia, y el priismo nacional, la sombra de la división y la ruptura, volvían a tender su manto lúgubre de Mérida a Ensenada. La definición interna no había iniciado, y ya se escuchaban tremores por todo el territorio nacional.
Beatriz Paredes Rangel, dirigente nacional del partido; Emilio Gamboa Patrón, Senador de la República y líder de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP); Manlio Fabio Beltrones, líder de la bancada priista en la cámara alta del Congreso de la Unión; Fidel Herrera Beltrán, Gobernador de Veracruz; Eduardo Bours Castelo, Gobernador de Sonora; y Enrique Peña Nieto, Gobernador del Estado de México, fueron los más mencionados para ocupar la candidatura del PRI a fin de recuperar la Presidencia de la República.
Pero nuevamente la filosofía política longeva y la prudencia colectiva heredada por casi un siglo de vida, hicieron posible que los actores escucharan a la militancia y entendieran la necesidad de instalar una nueva mesa de diálogo interno. Esto era absolutamente necesario para que se pusieran en la balanza las fortalezas y debilidades de cada aspirante; que se depurara la lista y se acordaran las reglas básicas para la contienda interna y la definición del candidato. Esta vez el procedimiento estatutario más recomendado fue “la candidatura de unidad”, el método históricamente más empleado cuando el partido tenía como jefe máximo al Presidente de la República y el más complicado y difícil de alcanzar en tiempos de oposición.
Los analistas políticos más destacados daban seguimiento a este proceso interno de consenso y consolidación política. De ahí que muchos de ellos empezaran a ventilar la idea de que el resurgimiento del PRI estaba en proceso, y la carrera por la presidencia de la república en el 2012 sería muy cerrada porque el PRI estaba de regreso. Una muy mala noticia para el Partido Acción Nacional en el poder, para el Partido de la Revolución Democrática y otros partidos de izquierda, que veían en su unidad la única posibilidad de alcanzar por escalafón la segunda alternancia en el poder. Se prendieron los focos rojos en los partidos políticos, y había que detener al PRI a como diera lugar, pues algunos analistas ya lo calificaban como el caballo negro a vencer.
Sin embargo, había un asunto interno muy delicado por resolver que quitaba el sueño a casi todos los priistas del país. En todas las mesas de café, reuniones sociales y partidistas se ventilaba este tema: el proceso de selección interna del candidato a la Presidencia de la República, una prueba muy complicada, donde por lo general los partidos políticos se fracturan y debilitan su fortaleza, a grado tal que más de uno acaba por derruir sus posibilidades de triunfo. El tema no era menor, y uno de los aspirantes insistía en que “primero era el programa y después el candidato”.
Con ese motivo, dieron inicio los diálogos nacionales de la fundación “Colosio”, reuniones de grupos legislativos, de las organizaciones adherentes, y se fue bosquejando el proyecto de gobierno que había pedido Manlio Fabio Beltrones. Él mismo inició una jornada de trabajo por todo el país, visitando universidades, grupos empresariales y partidistas, en las que fue difundiendo ideas, propuestas de política pública, proyectos legislativos y acciones de gobierno muy importantes para el partido. Creo que fue sobresaliente su trabajo porque planteaba cosas con mucho sentido. Ésa era su fortaleza y la vía por la que pretendía llegar a la candidatura.
En medio de frecuentes reuniones de negociación entre el Comité Ejecutivo Nacional y los aspirantes, se fue acercando la fecha de la definición del candidato. El priismo nacional demandaba que fuera por consenso, e identificaba claramente dos contendientes con la capacidad y el talento para ser abanderados en una etapa crucial para el partido: Enrique Peña Nieto, político joven, muy intuitivo, pragmático, carismático, de pensamiento estratégico, y Manlio Fabio Beltrones, economista inteligente, bien preparado, de pensamiento profundo, con visión de futuro y claridad de ideas democráticas y macroeconómicas.
Pero en este país las mayorías mandan, y la mayoría fue definiendo y consolidando su adhesión por simpatías y no por el valor y viabilidad de las ideas, y como los triunfos los otorga la mayoría de votantes, el ungido, según las encuestas del proceso interno, fue Enrique Peña Nieto, buen candidato, discreto, hábil y muy eficiente en el diseño y ejecución de su estrategia. De ello no me queda duda después de valorar el extenso camino que tuvo que recorrer, para alcanzar la máxima distinción que otorga un partido político en nuestro país.
El PRI superó la prueba más difícil de enfrentar por todo partido grande y fuerte. Resolvió muy bien su proceso interno, a grado tal que podemos decir que sin daño estructural ni resentimientos. Una vez consensuado el nombre, se convinieron las demás posiciones, y ahora sí, el partido unido, fuerte y con candidato, estaba en el terreno de la contienda. Las legiones de militantes, casi listas para iniciar los movimientos de campaña desde todos los frentes y en todo el territorio nacional. La consigna, casi religiosa, era “vamos por la Presidencia de la República”, pues ésa parece ser la naturaleza del priismo nacional, tener el poder máximo, gobernar el país; para eso nació y en eso se desarrolló el PRI, y sin duda en esa lucha morirá algún día.
Desde antes de la elección del 2006 los priistas vaticinaban que el próximo Presidente priista de la República saldría de una gubernatura, por eso varios gobernadores se apuntaron y desde sus estados se prepararon para estar en el momento preciso. Pero tengo la impresión de que el único que desde el inicio de su mandato trazó una ruta, que fue siguiendo con disciplina inquebrantable, cubriendo y evaluando etapa por etapa, fue Enrique Peña Nieto.
Por esta razón fue presa de un ataque orquestado desde el gobierno, del partido gobernante y las izquierdas, que no lo veían nada cómodo como contendiente. La sucesión del propio Enrique Peña Nieto en la gubernatura del estado de México, fue otra difícil prueba que enfrentó su precandidatura. Todo mundo pensaba que aquel proceso de sucesión sería el punto idóneo para emboscar sus aspiraciones presidenciales. Políticos matorraleros de izquierda y derecha se apostaron en uno y otro lado para intentar todo tipo de artimañas y marrullerías, lanzaron denuncias mediáticas que lo pintaban como un represor; acusaciones de corrupción, de incumplimiento de compromisos, entre otros. Sin embargo, con un trabajo cercano a la gente de su estado, con un manejo transparente y democrático en la designación de su sucesor, y una operación precisa de la campaña de Eruviel Ávila, los políticos embozados se quedaron esperando el momento que imaginaron y nunca llegó: la avalancha electoral los apartó, y le abrieron paso. Ya no podían detenerlo, y Manlio Fabio Beltrones, aunque con excelentes propuestas para un gobierno de avanzada, no tenía el capital político necesario para competir internamente en el terreno de la popularidad. Además, Enrique Peña Nieto ya había tejido alianzas muy importantes con gobernadores y actores políticos de alto, medio y bajo impacto en toda la sociedad y todo el territorio nacional.
Las campañas ya fueron narradas por muchas voces y plumas relevantes. Estuvo llena de obstáculos, ataques personales, familiares, supuestos vínculos con políticos de conducta reprochable, acusaciones mediáticas de incongruencia e incumplimiento de promesas de campaña, un sinfín de mezquindades de la izquierda y la derecha, una feria de pirotecnia mediática de adversarios que buscaban minar las fortalezas del PRI y su candidato. Sin embargo, los famosos misiles que por tanto tiempo habían anunciado, resultaron ser petardos y pirotecnia de colores que tanto gustan al pueblo de México en sus celebraciones populares.
Tengo la certeza de que las campañas negativas de la derecha e izquierda no funcionaron, quizá porque la democracia mexicana ya está pasando por un momento en el que a la gente no le importa si el candidato de su preferencia es casado, viudo, divorciado, si “vive o no en gracia de Dios”, lo que le importa al ciudadano es ¿qué va a hacer por “mí” y por el país? Y si además de encontrar una respuesta esperanzadora el candidato es simpático y confiable al elector, entonces asunto resuelto. Por esto, también tengo la impresión de que, dada la situación del país, la forma en que se dieron las candidaturas de los otros partidos, desde antes de que se iniciaran las campañas, la mayoría de gente tenía definido su voto por el PRI y por Enrique Peña Nieto. Por eso inicia la campaña con 42 puntos de intención de voto, y después de una tormenta de ataques terminó con más de 37 puntos en las urnas. Y sí, la elección fue a tercios, como vaticinaron muchos analistas, pero muy bien definidos, y la proporción entre uno y otro fue muy distante.
Pero además de su disciplina y fortaleza, la campaña de Enrique Peña Nieto tuvo tres aciertos: el primero, haber llamado a la alianza PRI- Partido Verde Ecologista de México (PVEM) “Compromiso Por México”, lo que en mi opinión le dio certeza y sentido de seguridad a la gente; el segundo acierto fue haber lanzado el slogan “para que ganes más”, que, nuevamente en mi opinión, es un concepto que caló hondo en el electorado; y el tercer acierto fue un promocional televisivo alusivo al “Día del Padre” en el que Peña Nieto, con un nudo en la garganta y casi con lágrimas, habla de lo que significó para él su papá. Los dos últimos aciertos fueron presentados después de iniciada la segunda mitad de la campaña, posteriores al segundo debate y en medio del escándalo estudiantil del “#YoSoy132”.
Para no soslayar este último asunto, diré que lo más significativo durante las campañas fue el surgimiento del grupo estudiantil que preparó en la Universidad Iberoamericana, campus Santa Fe, el hijo de Miguel Torruco (propuesto por Andrés Manuel López Obrador como Secretario de Turismo de su anunciado gabinete), y que denominaron “YoSoy132”, surgido de un acto de antipatía y protesta espontánea y legítima, pero que de inmediato fue infiltrado por activistas de izquierda que, autollamándose apartidistas, vieron la oportunidad de generar un movimiento anti-Peña Nieto; así se demostró por los medios de comunicación dos o tres semanas posteriores a su aparición.
Sin embargo, la expresión “#YoSoy132” lejos de perjudicar al PRI y a su candidato, abonó a la candidatura porque su autenticidad inicial logró cosas positivas para el abanderado priista y para el proceso electoral, entre ellas que Enrique Peña Nieto tomara mayor conciencia y valorara la disidencia ciudadana, y que a partir de ese momento su actitud personal y su discurso mostraran un proyecto de gobierno con mayor sentido democrático y tolerancia. También lograron estos jóvenes que la televisión abierta transmitiera el segundo debate de los presidenciables. Dice un refrán popular mexicano que “todo lo que sucede conviene”, claro, sabiendo aprovechar las circunstancias que genera el suceso de que se trate. La política es muy circunstancial y también hay que aprender a sacar provecho de ella tal como se va presentando en el día a día.
Así pues, al término de una larga, accidentada y en ocasiones hasta penosa campaña, por tantas cosas que se dijeron y que rebajaron mucho el nivel de nuestra política de “primera división”, según los encuestadores el PRI y Enrique Peña Nieto se llevaron la carrera presidencial de punta a punta, una carrera muy sufrida y tortuosa pero bien recompensada con un triunfo nítido, y no hay cosa más grande para un político que alcanzar la primera magistratura de su país, con los compromisos que ello implica.
Por eso vale la pena decir con claridad que, una vez pasada la elección del 2006, el PRI se preparó para ganar, con trabajo limpio, con dialogo y democracia interna, con una visión de futuro, con un proyecto lleno de compromisos y responsabilidades con el país.
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