Si
en México la gran mayoría de los productores agropecuarios continúa trabajando en
las mismas condiciones de desorganización, con precarias practicas productivas,
sin capacitación y con los mismos sistemas de comercialización, continuarán
empobreciendo sus tierras, produciendo a costos no rentables, sin la cantidad y
calidad que los mercados en fresco o la transformación requieren y, por tanto,
no podrán obtener de su trabajo lo que necesitan para una vida familiar cómoda
y con mejores expectativas de futuro.
Es
necesario que todos los actores sociales podamos comprender que la economía
nacional e internacional se rigen por los principios de: costo de producción,
cantidad producida, calidad y presentación del producto para su consumo final,
en mi opinión, con al menos estos cuatro factores se puede acceder a las tan
llevadas y traídas productividad y competitividad que necesita el sector agroalimentario
nacional.
Por
eso, es muy importante que las autoridades y los productores de las distintas
regiones del país piensen en la importancia de los mercados locales, pero también
deben estar conscientes que éstos se rigen casi en su totalidad por un sistema
de costos y precios internacionales, por tanto, es muy importante que conozcan la
realidad en que están produciendo, pero sobre todo, deben conocer la brecha que
hay entre su realidad productiva y las pautas marcadas por los procesos de
producción y calidad que establece el sector internacional de los alimentos.
Para
hacer frente a esta diferencia que para muchos es abismal, es importante que
nuestros pequeños productores minifundistas y pequeño propietarios, se
organicen en comunidades o unidades productivas especializadas, para aprovechar
las oportunidades de un mercado que se ha diversificado de forma muy importante,
hoy el sistema de comercialización agroalimentario necesita productos
inimaginables en el pasado: pimientos, zanahorias, tomates, pepinos, todos
presentados en distintos colores, tamaños e incluso sabores. Maíz y tortillas
de colores: verdes, violetas, amarillas, entre otras variedades.
Hay
un gran auge en la producción de las llamadas frutillas como: berries, fresas,
frambuesa, cereza, arándano y zarzamora, entre otras, que componen el importante
segmento de los también llamados frutos rojos, fuertemente demandados por comercializadores
urbanos y prestadores de servicios turísticos, así como por la industria de
alimentos y bebidas preparadas.
También
es importante que nuestros productores conozcan los productos que se han venido
rescatando a petición del propio mercado, muchos de ellos prácticamente ya
habían desaparecido del sector productivo, y que hoy son buscados afanosamente
por los gastronómicos e industriales, es el caso de las hierbas aromáticas, las
hierbas medicinales, el zapote en distintos colores, pera en distintas
variedades, durazno, tejocote, nanche, entre otros, o bien, langostino de río, ajolote,
carpa, tilapia, bagre, entre los peces de agua dulce que pueden producirse en
las distintas regiones del país.
Lo
cierto es que los productores agropecuarios tienen hoy una amplísima gama de oportunidades
productivas y de mercado, razón suficiente para que puedan agruparse, sumar sus
parcelas, sus herramientas, buscar asesoría técnica y especializarse, en
función de la vocación productiva de sus tierras, aguas e implementos de
trabajo de que dispone.
Pero
toda esta diversificación del mercado obedece a que la alimentación ha cambiado
en los últimos treinta años, hoy la cocina es un arte, abundan las escuelas de
gastronomía, hay una amplia variedad de programas de televisión mostrando la
creatividad y forma de preparar alimentos, revistas especializadas,
documentales, difusión social sobre la importancia de una alimentación sana.
Factores importantes que han revitalizado la cultura gastronómica y la demanda doméstica
y comercial de productos para el buen comer.
Todo
esto es extraordinariamente positivo y debe ser alentador para las comunidades de
productores agrícolas y pecuarios, muchos de ellos ya se dieron cuenta y están obteniendo
beneficios de esta ampliación y diversificación extraordinaria de los mercados,
lamentablemente son muy pocos, únicamente aquellos que están organizados, informados,
que han buscado asesoría técnica, que se han constituido como una empresa y que
han encontrado algún nicho de mercado nacional o externo. Es cierto, son muy
pocos si consideramos que en el campo y del campo vive casi la tercera parte de
la población nacional.
Por
eso, creemos en la necesidad de impulsar un cambio cultural y tecnológico en el
sector agroalimentario mexicano, para que la mayoría de los productores dejen de
hacer las cosas como antes y trabajen en función de los nuevos esquemas de
productividad, competitividad y demanda del
mercado, es decir, de las nuevas necesidades de la sociedad nacional e
internacional, con sus modas, excentricidades gastronómicas, frivolidades
dietéticas y la necesidad de una alimentación sana, lo importante está en aprovechar
ese vasto abanico de oportunidades productivas, dar opciones alimenticias de
calidad a todos los presupuestos de la sociedad, para mejorar también los
ingresos y el nivel de vida de los productores agropecuarios.
Pero,
el gobierno y la sociedad tenemos que impulsar ese cambio cultural y
organizacional de los productores agroalimentarios, impulsando en el minifundio
y pequeña propiedad la organización de unidades productivas pequeñas, medianas
o grandes, tecnificadas y especializadas en un producto; estas unidades
productivas especializadas podrán ser a cielo abierto o bajo cubiertas
plásticas agrícolas o ganaderas, lo importante es que cuenten con un paquete
tecnológico apropiado que garantice una productividad competitiva.
Es
vital para el futuro de México alentar la organización de los pequeños
productores minifundistas o pequeños propietarios, en figuras asociativas que
podrán llamarse comunidades o asociaciones productivas, que den cuerpo a
unidades empresariales con personalidad jurídica y presencia económica, que
trabajen mediante contratos que aseguren la venta de su producción en fresco o vinculadas
a la industria de la transformación, que vendan al mejor precio y con garantías
de pago. Solamente así muchos de ellos lograrán salir de la pobreza causada por
el monocultivo y el dominio del anacrónico
sistema de comercialización en que por décadas han vivido, el inoperante intermediarismo
convertido en devastador coyotaje que se apropia de prácticamente toda la
utilidad que genera el productor.
Si
logramos la conformación de comunidades o unidades productivas especializadas
minifundistas o de pequeña propiedad rentables, además de impulsar una economía
socialmente incluyente estaremos alentando la creación de empresarios y empresas
agroalimentarias para quienes no teniendo tierras demandan fuentes de empleo e
ingreso en el campo mexicano.
El
gobierno y la sociedad son los sujetos obligados para impulsar este cambio
cultural, organizacional y tecnológico, pero dejando atrás los programas paternalistas
que subsidian la pobreza y promueven la dispersión indiscriminada de recursos, para
pasar a la identificación y focalización de la inversión dirigida al
crecimiento de unidades productivas, integradas sobre una base jurídica, económica
y administrativa empresarial con reproducción ampliada de capital.
El
gobierno también debe cambiar hacia su interior, eficientar su aparato administrativo, desburocratizarlo, identificar
las vocaciones productivas regionales, identificar las posibilidades de
integración de unidades productivas colectivas, impulsar su mejoramiento
tecnológico, vincular la producción agropecuaria con los procesos de
transformación, ser más sencillo y eficaz en la asignación de incentivos, garantizar
que el uso de recursos sea efectivo e impacte en la productividad competitiva, para
que el resultado del proceso también impacte en el mejoramiento de las
condiciones de vida de productores y consumidores.
El
gobierno debe modernizar y transparentar sus acciones manejando: padrones de
productores, expedientes electrónicos, catálogos de programas en línea,
trámites, dictámenes, autorizaciones y resoluciones electrónicas, dispersión
bancarizada de incentivos económicos a la actividad productiva, incentivar con
diferentes mecanismos la industria de transformación agroalimentaria. Estos,
entre otros elementos que agilicen el desempeño promotor del gobierno, para
alentar la restauración del tejido productivo nacional.
El
gobierno tiene otra tarea irrenunciable, conocer con exactitud la demanda de
alimentos que año con año requerimos los mexicanos, saber de cuánto es nuestro
déficit por producto, y en función de ello propiciar la conformación de las
unidades productivas especializadas regionales, esto nos permitirá avanzar en
la consolidación de la nueva organización económica del campo, y en la sustitución
de importaciones para avanzar en la soberanía alimentaria. Si el gobierno
conoce bien nuestras necesidades alimentarias, entonces podrá planear líneas de
inversión pública específicas por producto y por región, para reducir o abatir el
déficit de alimentos que tiene el país.
Es
importante reiterar que las unidades productivas agroalimentarias empresariales
especializadas deberán estar vinculadas y tuteladas por centros de educación
superior, de investigación científica y desarrollo tecnológico, para que
productores, académicos y científicos vayan resolviendo los problemas que se
presenten durante el curso del ciclo productivo, a efecto de lograr la
productividad y calidad competitiva deseada por el mercado.
Por
otra parte, todos debemos entender que el problema de la depresión crónica del
sector agroalimentario nacional, no es únicamente de los productores pobres del
campo, es de todos los mexicanos, modernizar el sector productivo de materias
primas y alimentos es nuestra garantía de viabilidad nacional. Recuperemos el
símbolo que veíamos en los productos de anaquel la segunda mitad del siglo
pasado: