En
opinión de algunos analistas especializados, el cristianismo que cotidianamente
se practica en la Iglesia Católica, por diferentes causas sociales ha venido
perdiendo vigencia y, como consecuencia de ello, espacios en distintas regiones
y países del mundo, donde hay presencia ascendente de otras religiones.
Los
informados en el tema sostienen que en el Reino Unido y Europa, la iglesia
católica ha perdido millones de adeptos. En los Estados Unidos también perdió
terreno sobre todo en el periodo del ex presidente George Bush, aunque parece
haber repuntado un poco en el primer periodo del presidente Barack Obama, en el
que posiblemente ha recuperado parte de sus mermadas legiones.
En
América Latina vemos un desgaste ideológico progresivo del cristianismo y sus
propios jerarcas lamentan frecuentemente la pérdida de valores y la falta de
nuevos sacerdotes, el vínculo social más activo del catolicismo es probablemente
el movimiento “guadalupano” mexicano, cuya fe es sorprendente y va
trascendiendo hacia el centro y sur del continente americano, aunque habría que
decir que éste parece ser más bien un fenómeno social antropológico de fe y
folklore, que un resurgimiento de la esencia del cristianismo como doctrina de
vida social.
Por
otra parte, en algunos países la Iglesia Católica también está pagando el costo
de la cercanía o alianza de algunos de sus ministros con la clase política y
sus decisiones socioeconómicas equivocadas, recordemos en México las declaraciones
y actos de fe del ex presidente Vicente Fox Quesada, y las de su sucesor, que siendo
un poco más discreto, no se abstuvo de revelar sus creencias en el marco de una
relación que históricamente no ha sido bien vista en nuestro país.
Existen
razones que indican que la decadencia de la Iglesia Católica está directamente
relacionada con la pretensión de aferrarse a sostener una esencia original que
data de más de dos mil años, tratando de
imponer una religión que por más que luche por arraigar sus antiguas normas en
la vida contemporánea, hace las veces de una liga que se estira y está llegando
a su punto de inflexión.
Se
considera que el Papa Juan XXIII trató de abrir algunas ventanas del
catolicismo hacia la modernidad en el Concilio Segundo, pero también se señala
que las resistencias interclericales opositoras se abocaron a cerrarlas después
de su fallecimiento, la iglesia católica pretende imponer una vida que
corresponde a otra época oponiéndose a todo lo moderno y científico.
Lo
cierto es que el discurso de la Iglesia Católica basado en el sacrificio, la
abstinencia y un conjunto de valores que sólo hablan de una vida llena de
restricciones, ya no corresponde a las condiciones y necesidades de una
sociedad diversa y extraordinariamente compleja, que está buscando renovar valores
culturales, derechos y libertades jurídicas individuales y colectivas.
La
Iglesia y sus ministros no hablan de la vida de hoy, si lo hacen, es para comparar
y consignar las nuevas expresiones sociales con rígidos marcos morales forjados
por el cincel de la antigua doctrina, esto más bien parece indicar que los líderes
de la iglesia católica no están dispuestos, o no han encontrado la forma de
vincularse con los nuevos temas o problemas de la sociedad actual.
Creo
que en este sentido debemos entender la actitud de la iglesia católica respecto
a la igualdad de género, una posición que a mi entender es completamente reacia,
más parecen querer negarla que abordarla, en contraposición, la doctrina
católica persiste en sostener una tendencia claramente masculinista, no
obstante el gran debate internacional que está reivindicado la equidad de género
y, en general, los derechos de las mujeres.
La
iglesia católica se opone a la educación sexual escolarizada, a las políticas
públicas informativas y de prevención mediante el uso de preservativos, que
permitan dar cauce a las relaciones sexuales responsables y seguras, también se
opone terminantemente a la píldora del día siguiente, entre otras cosas.
Qué
decir de la oposición al aborto sin considerar razones genéticas, de salud pública,
individual o problemas sociales, y que tienen que ver con el debate sobre el
derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo.
El
hecho de que a las mujeres no se les permita oficiar o realizar tareas
relevantes dentro de la iglesia, es otro asunto que está resultando una inflexión
insostenible, que para muchas mujeres que profesan o son parte de la Iglesia,
no tiene justificación clara como para tenerlas al margen de lo que ha sido su
vida privada y social.
Mientras
la iglesia católica cristiana continúe tratando a las mujeres como un sector
social secundario, sin reconocer y validar sus demandas de igualdad de derechos
y libertades plenas, se ve muy difícil que pueda tener una recuperación importante
en el liderazgo social moderno, dado que la mujer ha sido y continúa siendo
actor fundamental en la difusión y práctica de la religión católica y sus
valores.
La
Iglesia Católica también se ha distinguido por su fuerte renuencia a aceptar el
movimiento social mundial, que lucha por
la reivindicación de los derechos y libertades de las llamadas minorías
sociales, se opone a la libertad de la preferencia sexual, a las sociedades en
convivencia, a la adopción por parejas del mismo sexo, entre otras nuevas
formas de concebir la vida familiar.
Vaya,
la iglesia católica ni siquiera ha querido enfrentar sus propios asuntos de
diversidad como: los casos de pederastia, de homosexualismo interclerical, los
casos de sacerdotes que viven en o con pareja, el alcoholismo intramuros o el enriquecimiento
inexplicable en algunos otros casos.
Todo
esto ha propiciado que la iglesia se vaya rezagando, enclaustrada en sus
milenarias e insostenibles convicciones, con una disciplina que pretende ser
ajena o negar un amplio abanico de nuevas expresiones sociales e
interclericales, manteniendo forzadamente una ortodoxia fría apoyada por grupos
sociales conservadores cada vez más reducidos.
Por
otra parte, también empieza a ser socialmente incomprensible ver la imagen
siempre tristemente frágil y decadente, de los líderes y figuras pontificias, tratando
de conducir un movimiento doctrinario en condiciones extremadamente difíciles, alejados
de una sociedad preocupada por problemas que ya no encuentran respuesta en la
religión católica.
La
iglesia católica debe considerar una serie de cambios en la visión y misión de
su doctrina y desempeño social, y lejos de mirar con renuencia las nuevas manifestaciones,
estructuras jurídicas y sociales de la vida contemporánea, debe asumirlas y
desempeñar un nuevo papel de mayor valía para el ciudadano, las necesidades de
cambio deben iniciar incluso, desde el diseño de sus edificios eclesiásticos
donde se practica el culto religioso.
También
es claro, que la iglesia católica cristiana debe estudiar, aceptar, luchar
contra las diferencias sociales, políticas, jurídicas y económicas, actuar de
cara a la sociedad y con la sociedad, en lugar de pretender ignorarlas,
negarlas y mucho menos tratar de aniquilarlas mediante el silencio sepulcral.
Creo
que la doctrina católica debe en todo caso, ayudar al ciudadano a vivir la vida
de hoy, promoviendo los valores y derechos sociales, políticos y económicos
como: los derechos humanos, la tolerancia, el respeto a las diferencias, a las
preferencias sexuales y la autodeterminación de las personas sobre su cuerpo.
La
iglesia también debe apoyar a los menesterosos y oprimidos pero de una manera
más activa y menos contemplativa, involucrarse en los problemas sociales frente
al Estado, un ejemplo de ello lo está dando el padre Solalinde, quien -sin
pretender hacer de él un prototipo- es un ejemplo de valor y lucha en el
movimiento migratorio sudamericano en tránsito por nuestro país.
La iglesia católica cristiana debe promover como
parte de su doctrina: la solidaridad, la ayuda mutua, luchar más por la
igualdad jurídica, los derechos humanos, la justicia social, salir a la calle y
dejar un poco la comodidad de los fríos y aislantes espacios de las casas
parroquiales.