lunes, 27 de julio de 2015

A propósito del libro de Jaime Serra Puche sobre el TLC

En ocasión del vigésimo aniversario del Tratado de Libre Comercio firmado entre México, Estados Unidos y Canadá (1994), el economista Jaime Serra Puche, quien en el momento de la firma del Acuerdo se desempeñaba como Secretario de Comercio y Fomento Industrial del Gobierno Mexicano de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), publica un excelente ensayo de 61 páginas, en el que mediante instrumentos estadísticos, econométricos y actuariales, ofrece importantes evidencias de que “el TLC se convirtió en el cambio estructural más grande”[1] que en su opinión haya ocurrido en México, y que corrigió problemas de la economía mexicana como: los bajos niveles de exportaciones no petroleras, desempleo y bajos niveles de inversión extranjera directa (IED).

Tres problemas que a decir del autor se “corrigieron” y reencauzaron al país por la vía del crecimiento, además sostiene que “sin el TLC las exportaciones mexicanas hubieran sido 50% menos, y la inversión extranjera directa hacia México hubiera sido 40% menos”[2], de lo que tenemos hoy, desde luego.

Esta es una verdad cuantitativa muy difícil de refutar si empleamos los mismos instrumentos que maneja el autor, por tanto, habrá que decir que su verdad es correcta pero relativa, pues como él mismo reitera “las exportaciones de 2013 son equivalentes a cuatro veces el valor desde 1993”[3], y “los niveles de inversión extranjera directa por su parte han alcanzado magnitudes 10 veces mayores que las previas a la introducción del TLC”[4]. Hasta aquí podemos decir que el TLC ha sido positivo considerando la lógica del sistema económico neoliberal en el que vivimos sin opción.



Sin embargo, es indudable que los mexicanos tenemos que hacernos algunas preguntas obligadas: ¿El incremento de las exportaciones mexicanas es producto del capital nacional? ¿En qué medida la inversión extranjera directa ha propiciado el crecimiento del capital nacional? ¿El crecimiento económico aludido se ha traducido en desarrollo social nacional? ¿En cuánto han mejorado los indicadores reales de empleo e ingreso en el país?

Estas preguntas son la contraparte de las afirmaciones que sostiene Jaime Sierra Puche en su ensayo, preguntas para las cuales el autor no ofrece ningún dato que nos permita desprender o inferir la respuesta, por eso consideramos que su verdad es relativa, y podemos estar de acuerdo en que debemos evaluar nuestras circunstancias económicas nacionales de manera positiva y hasta optimista, pero también es necesario advertir que no es bueno quedarnos tan cortos de análisis, o realizar evaluaciones económicas someras al margen de indicadores de orden social, pues también hay datos contundentes que nos indican que tenemos problemas económicos que no se han resuelto ni se van a resolver con el TLC.

En julio del 2015 el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), dio a conocer los resultados de su estudio 2010 – 2014, en el que puede constatarse que el porcentaje de personas en condición de pobreza no cedió en el país y se ubicó en un 46.2%[5]

En este sentido, hay que decir que el TLC es un instrumento diseñado para resolver problemas de productividad, competitividad y crecimiento para los capitales multinacionales de los Estados Unidos y Canadá, no para resolver problemas de ingreso y pobreza de la gran mayoría de la población de los países, por la misma razón hay que reconocer con plena conciencia, que el TLC es un marco de garantías primero fiscales y luego arancelarias, que amplió las condiciones para que el capital externo que ya producía en México, y que se encontraba un tanto acotado por la política proteccionista fiscal y arancelaria del gobierno mexicano, tuviera mejores garantías de productividad, competitividad y alcanzar mayor presencia en el mercado mundial. Por eso de manera acertada, Jaime Serra Puche dice que el TLC incrementó las exportaciones mexicanas.

El propio Jaime Serra nos documenta señalando que “El capítulo II del TLC establece las protecciones básicas que los tres países firmantes deben garantizar a las inversiones e inversionistas de los otros países”[6]. Ante esto cabría preguntarnos, ¿Qué capitales tenían interés en la firma del TLC? La respuesta es inminente, los capitales norteamericanos y canadienses, México tiene e incluso exporta mano de obra, más no capital industrial de alcance multinacional.

Por otra parte, también es necesario decir que el TLC como marco regulatorio  de garantías fiscales y arancelarias anti proteccionistas, fue un gran incentivo para que los capitales externos que no encontraban áreas de oportunidades en sus países de origen, vinieran a México en busca de esas oportunidades de productividad que les permitiesen ser más rentables, competitivos y colocarse en situación de crecimiento y futuro promisorio.

Jaime Serra sintetiza claramente los dos párrafos anteriores en el texto del subtitulo que se refiere a la “dotación de factores”, de la siguiente manera: “la dotación de factores de la producción en la región está caracterizada por una clara complementariedad: los Estados Unidos y Canadá son abundantes en capital y México es abundante en trabajo”[7]. Ahí está el meollo del asunto, entonces el capítulo II del TLC, es un traje a la medida para los capitales de los países dueños del dinero, más no para los que son abundantes en mano de obra, pero bueno, esa es nuestra realidad nacional y el papel que podemos y debemos jugar dada nuestra cercanía con los Estados Unidos de Norte América, el centro hegemónico del sistema económico que domina en el mundo, es decir, estamos muy cerca del “ojo del huracán” como para poder movernos a nuestro gusto, entonces, el tema a discutir por los mexicanos es ¿Qué debemos hacer para defendernos de los efectos negativos y cómo beneficiarnos de esta cercanía al centro hegemónico del sistema económico mundial?

Dice Jaime Serra que “cuando aumenta la inversión en manufacturas aumentan las exportaciones manufactureras con un rezago de 18 meses”[8]. Claro, eso certifica que con la firma del TLC quien respondió no fue la inversión nacional, fue la Inversión Extranjera Directa, que justamente tarda 18 meses en promedio entre que gestionan su ingreso, se radican en el país anfitrión e inicia operaciones fabriles y comerciales, seguramente a esto se debe que las “exportaciones mexicanas” producidas con Inversión Externa Directa se hayan incrementado en estos veinte años que llevamos del TLC.

Por eso sostengo que el TLC sin duda ha sido positivo para todos, pero en proporciones muy desiguales. Por eso también creo que es válido decir que nuestro país está viviendo una especie de colonización de la Inversión Extranjera Directa al amparo del Tratado de Libre Comercio. Qué feo se escucha, pero así es: una colonización que ciertamente está creando dinamismo, crecimiento económico regional proporcionalmente incluyente y competitivo frente a otras regiones de la economía mundial.

Sin duda, el proceso de integración económica regional ha mejorado con la entrada en vigor del TLC, tampoco hay duda de que los beneficios tienen que ser proporcionales al potencial económico de los países firmantes, México está siendo fuertemente movido por la fuerza gravitacional de los flujos de inversión y comercio del centro hegemónico del sistema económico mundial, con los efectos positivos y negativos que esta situación nos debe traer, no obstante, hay que decir que más vale ser parte actora de lo que parece pronto será la región más competitiva del mundo, y ser “el tercer país más competitivo del mundo después de China e India”[9], que estar al margen o muy lejos de esta próspera y contrastante región, una resignación que hago honradamente “bajo protesta”, porque me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero como dijera nuestro Carlos Fuentes “aquí nos tocó vivir”.

Lo que sí preocupa, es ver cómo los distintos gobiernos mexicanos, nacionales y de las entidades federativas, e incluso las cúpulas de las organizaciones empresariales del país, le profesan una “creencia fundamentalista” a la “colonización” de la inversión extranjera directa, como si ese fuera el único camino que tenemos para lograr la viabilidad de nuestro país, y digo esto, porque en lugar de apostarle a nuestras fortalezas, capacidades productivas y competitivas, aprovechando la desregulación y apertura de mercados para diseñar programas de fortalecimiento del sector productivo nacional, nos conformamos con invertir importantes sumas de recursos públicos para generar infraestructura e incentivos obsequiosos para la inversión externa.

En este sentido, podemos decir que la economía mexicana está siendo movida por la inversión metal mecánica, en particular la rama automotriz, que ha llegado copiosamente a las entidades federativas del centro del país, sin que los mexicanos hagamos un gran esfuerzo para participar con inversiones complementarias en electrónica, hule, ópticas, nanotecnología y tecnologías de la información, entre otras, estamos ocupando el cómodo asiento de los espectadores en lugar de estar buscando oportunidades para el emprendedurismo industrial nacional.

También tenemos que despertar y orientar nuestros capitales y esfuerzos organizacionales en el sector agroalimentario, mediante su tecnificación, diversificación e industrialización. Tenemos un gran potencial para abastecer ese 49% de la demanda nacional de alimentos que ahora se satisface con importaciones, y de abrir opciones productivas y comerciales en el mercado externo donde hay importantes áreas de oportunidad, y las más cercanas están justamente en los Estados Unidos y Canadá.

Entonces, mi “resignación bajo protesta” está acompañada de un “sí se puede”, siempre y cuando revaloremos nuestra actitud productiva, de que sintonicemos nuestra visión social del mundo con el mundo en que estamos viviendo, que sincronicemos nuestras voluntades y esfuerzos, que trabajemos colectivamente por ser un país que luche por ocupar un lugar significativo dentro de la escala de los países en vías de desarrollo, con posibilidades reales de ser un país que puede alcanzar un mejor nivel de vida para su población.

Nuestras condiciones en el contexto económico mundial son irreversibles, la poderosa inercia del sistema económico dominante nos lleva en su torrente vertiginoso, y lo que debemos hacer es acomodarnos sobre la marcha de tal forma que podamos obtener el máximo provecho de un sistema que innegablemente genera crecimiento, pero que es necesario traducir ese crecimiento económico en desarrollo y bienestar social general, resistirse, rebelarse o regatear nuestro tránsito por el tobogán del sistema económico mundial es perder el tiempo, y el tiempo es hoy día el recurso más caro e importante, quienes sostienen que es posible escapar de esta inexorable evolución, y que el “NO” de Grecia fue un acto de “patriotismo y dignidad”, también les podemos decir que miren en qué terminó, que miren hacia Cuba, pues “el socialismo liberal (o liberalismo–socialismo) hasta ahora ha quedado como un ideal doctrinario abstracto, tan seductor en teoría como difícilmente traducible en instituciones.”[10]

Quienes se resisten a coexistir con este sistema económico mundial se atrincheran en el populismo nacionalista que descalifica despectivamente el esfuerzo económico, sin embargo, el populismo es una conducta política empírica contestataria, impregnada de idealismo y animada por un pragmatismo delirante, el populismo no es una vía alternativa para generar crecimiento económico y desarrollo social, tampoco es un modelo económico distinto al que estamos viviendo, por lo menos, yo no recuerdo que algún día lo hayan presentado públicamente para conocerlo y valorarlo.

Entonces, tenemos que concluir que:

Primero.- El TLC nunca se ofreció como una panacea para el desarrollo nacional mexicano.

Segundo: El TLC es un instrumento para resolver problemas de productividad y competitividad de capitales multinacionales.

Tercero.- Los mexicanos: gobierno y sociedad, tenemos que sincronizar nuestra visión de futuro, sintonizar esfuerzos y encontrar en el TLC áreas de oportunidad para el desarrollo social.

Cuarto.- Nuestras oportunidades están en la industria metal mecánica (automotriz), energética y agroalimentaria, entre muchas otras.

Quinto.- Buscar nuestro crecimiento económico y desarrollo social cambiando los factores de productividad mediante el desarrollo del capital humano.

Sexto.- Impulsar el desarrollo de las vocaciones productivas regionales industriales y agroalimentarias.

Séptimo.- México necesita mejorar con urgencia los factores culturales para regular el crecimiento demográfico, menos población, menos mercado, pero mayor calidad de vida para todos.


[1] Serra Puche, Jaime. El TLC y El Desarrollo de la Región, Ed. FCE, Pág. 18
[2] Op. Cit. Pág. 20
[3] Op. Cit. Pág. 21
[4] Op. Cit. Pág. 22
[5] CONEVAL.- 23 de julio de 2015, México
[6] Serra Puche, Jaime. El TLC y El Desarrollo de la Región, Ed. FCE, Pág. 26
[7] Op. Cit. Pág. 46
[8] Op. Cit. Pág. 27
[9] OP. Cit. Pág. 41
[10] Norberto, Bobbio. Liberalismo y Democracia, Ed. FCE, Pág. 96

miércoles, 8 de julio de 2015

EL ASESOR POLÍTICO

Dice un conocido diccionario de términos parlamentarios que el concepto “asesor” proviene del latín: “assessor”, “oris”, “assidere”, que significa asistir, ayudar a otro.[1] Parafraseando el documento citado podemos decir, que asesor es “un técnico o profesional especializado en asuntos <<parlamentarios>> y sus ramas afines, cuya función es estudiar, analizar, opinar y aconsejar sobre los casos que le son encomendados hasta que éstos se encuentran en estado de <<trámite o resolución legislativa>>[2]

En el párrafo anterior el encorchetado es propio para hacer notar la relatividad del concepto en la obra citada, toda vez que la definición que emplea se refiere específicamente a los asesores parlamentarios, cuya función en el ámbito legislativo mexicano está regulada por la Ley Orgánica del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, sin embargo, también hay que decir que existen asesores en los demás poderes y en los distintos órdenes de gobierno, todos regulados por sus respectivas Leyes Orgánicas o Reglamentos Internos, además, existe una infinidad de asesores y consultores en el ámbito privado y social, cuya función se rige por contratos sancionados por los Códigos Civil, de Comercio y Penal.

Acotado el concepto, nos permitiremos hacer algunas reflexiones referentes a las funciones administrativas y políticas que en general tienen los asesores del Poder Ejecutivo, en cualquiera de los órdenes de gobierno, para este poder un asesor debe ser de principio a fin un consejero, un orientador y un especialista que promueva la reflexión previa a la toma de decisiones, la misión del asesor es cuidar el poder mismo como figura constitucional y el ejercicio exitoso de este poder, por tanto, en el ámbito laboral y en el ejercicio de sus funciones, el asesor no debe tomar partido por una u otra corriente de opinión al interior del poder al que sirve, tampoco ser una persona que sonría y asienta a todos, ni debe inclinarse por las preferencias de gustos, filias o fobias políticas y administrativas. El asesor es un intelectual político y operativo que cuida los procedimientos legales y legítimos del ejercicio del poder, así como las formas y calidad de la gestión de quien ejerce el poder ejecutivo, por tanto, el asesor no es un político pragmático con afanes de popularidad.

Por eso, es importante mencionar que la persona o personas que buscan incorporarse a una actividad de asesoría, no son aquellas que andan buscando relaciones o influencias para acumular popularidad o dinero; son aquellas que desde su formación intelectual buscan apoyar e influir en la conducción de un proyecto político y económico gubernamental en busca de una mejor sociedad.

Además de su formación intelectual ideológica, técnica y política, el asesor debe conocer el valor de la amistad, la lealtad y la institucionalidad constitucional, a partir de ahí se vincula a los proyectos que le permiten aportar opiniones, decisiones e innovaciones con el propósito de impulsar el desarrollo integral de la sociedad, y en el desempeño de esta actividad y los resultados que de ella se van derivando, el asesor va mostrando sus valores, convicciones y la congruencia entre sus ideas y sus actos.

El asesor es una persona que debe aprender del pasado, leer correcta y oportunamente las tendencias del presente, mirar hacia el futuro y diseñar prospectivamente directrices pertinentes y viables, previniendo los obstáculos naturales y los intencionales de quienes se oponen al proyecto puesto en marcha por la sociedad.

El asesor no es adivino ni mago, es un trabajador profesional que con sus herramientas teórico prácticas intuye, escucha, investiga, reflexiona, concluye, opera e influye sigilosamente, para remover obstáculos y mantener o reencauzar el rumbo del proyecto social, sin distorsionar, interrumpir o desestabilizar el proyecto que tiene por misión ayudar a conducir a buen puerto.

El asesor no es influyente por cuanto habla, si no por lo que construye, por la delicadeza y calidad de los asuntos que atiende a encargo de quien preside el poder. El asesor no acepta ni practica el servilismo, su honradez intelectual se lo impide, tampoco ejerce su capacidad de influencia con ligereza o soberbia, porque priva en él el sentido de responsabilidad política, económica y social. El asesor conoce la prudencia y la moderación, y por más importante e influyente que parezca, no puede ni debe sobreponerse a la razones de estado o de gobierno, a las instituciones, no puede usurpar funciones o jugar con la dignidad de las personas.

El asesor nunca dice “sí señor; sí señor” o “no señor; no señor”; a diferencia de otros funcionarios, el asesor arriesga su posición y dice lo que ve, lo que escucha, lo que piensa, lo que siente y sus conclusiones, si es necesario discutir con quien detenta el poder lo hace, lo contradice, lo llama a la reflexión, y si tiene que obedecer replegado por el “principio de autoridad constitucional”, siempre deja constancia de su desacuerdo sin romper su compromiso institucional con el proyecto y con quien preside el poder, porque siempre habrá la oportunidad de enmendar y será el primero en ser llamado para ello.
El navío del poder ejecutivo nunca debe naufragar por miopía política, si encalla es porque el timón estaba en manos de la vanidad, la ignorancia y su eterna compañera la soberbia, que es causa de las mayores desfortunas de un proyecto político, económico o social en sus muy variadas escalas.

El asesor es una extensión del poder real, de la voz que ordena, de la templanza que negocia y convence, de la mano que firma quien legalmente detenta el poder, por eso se dice que el asesor es el poder tras el trono, una mano discreta en el tratamiento de asuntos que requieren decisiones e instrumentación discreta, complicada, pero legal.

Tomar valientemente una decisión e instrumentarla oportuna y adecuadamente, puede despertar resistencias, inconformidades e incluso lucha de intereses, que con diálogo político pueden irse atenuando y resolviendo en beneficio de la sociedad. Una buena decisión tomada a tiempo genera efectos positivos para la seguridad, estabilidad y bienestar de la sociedad. Una decisión tomada de manera tardía e instrumentada a medias, y sin política de por medio, sin diálogo, puede resolver a medias un problema, pero el no tomar e instrumentar una decisión por temor a las resistencias, a corto o mediano plazo genera un estado de emergencia y daño estructural para el patrimonio social.

El asesor es un hombre discreto, ensimismado, que habita en la atmosfera de la abstracción del poder político, acuerda los asuntos de interés público a puerta cerrada, aquellos que tienen que ver con la seguridad, la estabilidad y el bienestar de la sociedad, por eso solamente habla con quien tiene que tratar un asunto del universo de temas que lleva en su agenda.

Se dice que el asesor es el estelar de las sombras palaciegas, quizá, porque es el primero en llegar por la mañana y el último en salir por la madrugada, el asesor es fantasmal, camina solo, se mueve libre, no forma parte de las comitivas, no asiste a giras políticas, no aparece ante el gran público, no emite anuncios espectaculares ante los medios de comunicación. Tiene mirada periférica, la mente y la atención no casi en todo, “está en todo” lo que la vista, el oído y la mente de su jefe, por razones del ejercicio del poder, el desgaste y la adulación, no puede observar ni atender.

El asesor no necesita invitación para aparecer en cualquier momento en una reunión que le compete, tampoco advierte a nadie de su salida, por eso a menudo es calificado o descalificado como “el lado obscuro del poder”, porque siempre está eclipsado por el brillo radiante de quien fue electo constitucionalmente para el ejercicio del Poder Ejecutivo.

El asesor no es todólogo, es un profesional sensible que cree en la formación profesional, en la capacidad creativa, en el intelecto y la bondad de las personas, cuando se trata de integrar un equipo de trabajo tiene la capacidad para elegir a los mejores que puede, no le teme ni es celoso de la formación profesional o capacidades intelectuales de los demás, por el contrario, aprende de ellos, busca que cada persona del equipo tenga un desempeño idóneo y que comparta y aporte su visión de futuro al proyecto político al que tienen la oportunidad de servir.

El asesor debe ser el primero en ofrecer su capacidad para generar un clima laboral y una dinámica de trabajo adecuados, donde cada integrante del equipo sea una fortaleza temática especializada, que aporte su mayor conocimiento y habilidad técnica al capital intelectual colectivo, para propiciar una praxis holística del ejercicio político, la administración y la gobernabilidad públicas, materia del poder ejecutivo en general.

El asesor es valorado por algunos, reconocido por los menos, envidiado y vilipendiado por los más, por aquellos que quisieran tener esa cercanía con quien detenta el poder, por quienes quisieran tener oídos para escuchar lo que sugiere o consulta cuando susurra al oído del titular del poder público, o de quienes quisieran ver lo que hace cuando vuelve a ocupar su lugar en el ámbito de la soledad palaciega.

Sin embargo, para el asesor no todo es un mundo de poder y felicidad, sobre sus hombros pesa la responsabilidad y la delicadeza de los asuntos, y cuando algo sale mal, tiene que asimilar estoico el susurro, la crítica, el “fuego amigo” y “la grilla” de sus detractores, por eso en su velado mundo de discreción y reflexión profunda, también existen los “ajustes de cuentas” políticas, que nada tienen que ver, ni ameritan violencia alguna, pero siempre son un recurso de reafirmación y consolidación del peso adquirido en el ámbito del trabajo profesional.

Cuando el asesor concluye  plena o circunstancialmente su tarea en un proyecto político, está listo para transitar a su mundo de tenues sombras, donde se reinventa para reaparecer en los entretelones de otro proyecto político, con su estilo y quehacer incansable de ser una herramienta al servicio del poder público.


[1] Diccionario Universal de Términos Parlamentarios. Diversos autores, editado por Miguel Ángel Porrúa (grupo editorial) y Lobbying Lerdo de Tejada y Godina, Pág. 76, México 1997.
[2] Ibid, p. 76